Darell Roez.
¿Cárdigan?
Esa noche todo empezó a encajar para mí. Sus gestos, su mirada, la forma en que me abraza; todo cobraba sentido. Era nuestro segundo día en Nueva York, y no tenía ni idea de que la pasada noche, ella me confesaría todo con sus palabras... palabras que no podría borrar de mi cabeza. Aunque me había dado cuenta de cada cicatriz que ocultaban sus ojos, nunca había sido capaz de averiguar que era su hermano la razón de todo lo que le sucedía. Nunca se me hubiera cruzado por la cabeza tal cosa.
Gracie carga con demasiadas cosas que no debería, y una de ellas es la culpa. Ella se culpa, su familia lo hace pero la culpa debería recaer en otros, no en ella. No merece cargar con esa culpa, y lo peor de todo es que su madre la hace sentirse culpable de todo. Entiendo perfectamente por qué odia coger el teléfono y hablar con ella. Cada vez que lo hace, la culpa la arrasa, dejándola más herida y vulnerable.
Observo sus ojos cerrados, la forma en la que respira y cómo abraza mi brazo derecho con fuerza mientras duerme. Aunque he dormido solo cinco horas, me siento más ligero que ayer, con menos fiebre y más energía. No me he movido de la cama, ni siquiera me atrevo a moverme para no molestarla. ¿Cuántas horas llevo despierto y observándola? Ni idea. Me siento bien despertando a su lado, tranquilo al saber que está a salvo conmigo. Todo está bien por ahora, y eso es lo que importa.
Intento no molestarla. Aparto con suavidad mi brazo y me meto directamente en la ducha. El agua caliente es un alivio. Me tomo un momento para disfrutar la sensación, dejando que el calor relaje los músculos. Mientras me lavo, pienso en lo que podríamos hacer hoy. Algo sencillo pero especial, algo que nos permita estar juntos y disfrutar el día. Algo que no le haga pensar en todo lo que le topé. Venga, Darell, piensa en algo. Piensa en algún plan para que ella recargue fuerzas y esté mejor. No le gusta casi nada y las pequeñas cosas que le gustan suelen ser raras, como los hipopótamos, los canguros, contar las estrellas aunque sea imposible y los disfraces.
Salgo de la ducha y me seco rápidamente, disfrutando aún del calor residual del agua. Me envuelvo en la toalla, tapando la parte inferior de mi cuerpo. En ese momento, alguien abre la puerta, me giro y es Gracie entrando al baño y se queda parada, mirándome fijamente. Sus ojos se agrandan un poco y notó el rubor que sube a sus mejillas.
—Oh, lo siento, pensaba que habías salido temprano—dice, intentando mirar a otro lado.
Le miro curioso. Está nerviosa y se muerde el labio inferior
—¿Estás bien?—le pregunto.
—Eh... Sí. Voy a dejar que termines lo que estabas por hacer.
—Ya he terminado, puedes quedarte—le digo.
Ella asiente tímidamente y cierra la puerta del baño.
—¿Tienes frío?—le pregunté, como un tonto.
—No, el baño está ardiendo... Parece una sauna.—contesta.
—Si ya lo sé, soy de ducharme con agua muy caliente, ¿tú?
—También.
—Estás guapa—le digo, otro comentario de un auténtico gilipollas nervioso.
—Tengo una resaca de la hostia. —me dice—Llorar cansa y se siente como si anoche hubiera salido de fiesta, pero tan solo he estado hablando de mis problemas y llorando.—contesta.
—Vaya, ¿y yo que pensaba que te habías ido de fiesta sin mí?—digo, fingiendo una expresión ofendida.
Ella suelta una risa ligera, sacudiendo la cabeza.
ESTÁS LEYENDO
Todas las estrellas que nunca tocamos
Teen FictionUna autocaravana era la solución para sobrevivir durante una semana, ¿pero y luego..? ¿Cuál era el plan? ¿Volver a Londres y vivir del cuento? ¿O simplemente dejarme llevar por lo que me rodea, con el chico que viaja por el mundo?