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Gracie Hills.

Abrázame tan fuerte, que mis entrañas logren sentirte.

No sé hasta cuándo podré soportar esta situación. Ni siquiera puedo mantenerme de pie con fuerzas. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que salí a correr para liberar algo del estrés que se acumula diariamente en mi cuerpo. Recuerdo haber escuchado que correr era una forma efectiva de liberar tensión y estrés. En ocasiones lo ponía a prueba y funcionaba, pero otras veces simplemente no lo hacía y terminaba sintiéndome más cansada de lo habitual.

Necesito encontrar algo que me ayude a calmar mi mente y mi cuerpo antes de que esta tensión me consuma por completo.

Anoche, charlé un poco con Darell sobre mi familia: mis padres, mi abuelo y cómo murió. Pero no entré en detalles sobre las partes más difíciles de mi vida. Me habría gustado abrirme más, sacar todo ese peso que llevo dentro desde hace dos meses, pero no he podido. No es fácil, nada es fácil cuando tienes heridas abiertas sin curar y escuecen sin parar.

Sabía que no era el lugar adecuado para sentirme así, sin energía, sin ganas de nada. Debería estar disfrutando de este pequeño privilegio que los chicos me han dado. Pero no puedo evitarlo. Siempre me persigue esta sensación de culpa, de rabia, como si no mereciera ser feliz, y tranquila. A veces, las cosas buenas que me suceden parecen no ser para mí, como si lo negativo pesara más que lo positivo. Se siente insignificante la vida, cuando tu mente observa más rápido lo bueno y deja lo negativo rondando en tu cabeza día y noche, sin saber porqué.

Quizás, soy yo la pesadilla de mi propia mente. O, solamente pienso demasiado en todo.

—¿Por qué demonios llevas unos calzoncillos de cerdo? —le preguntó Darell a Oliver, con una mueca de incredulidad.

—Me los regaló mi madre —respondió Oliver con una sonrisa cómplice.

—Podría regalarme unos a mí también.

—Eso arruinaría por completo tu imagen de chico serio y aburrido —intervine.

Darell frunció el ceño, mientras que Oliver me lanzó una mirada divertida, a la que me esforcé por responder con una sonrisa. Sin embargo, el mal humor parecía haberse instalado en mí sin intención de marcharse. Estábamos haciendo las maletas, para irnos de Tanzania. No tengo idea de cual es el siguiente destino, porqué vivo al momento y la mayoría de veces no escucho de lo que hablan o de las cosas que haremos.

—¿Crees que tengo una personalidad seria y aburrida? —me preguntó Darell.

Levanté la vista y le mire.

—Creo que tienes la personalidad de un padre, amargado y serio—solo traba de cabrearlo—Y que básicamente lleva a sus tres hijos de viaje con problemas—respondí sin rodeos.

Darell me miró con sorpresa.

—No podría ser como un padre para vosotros.

—No serías tan malo después de todo—añadí.

—Vamos, dime que no has dicho eso...

—Lo he dicho —admití.

Sólo le digo esas cosas, para cabrearlo un poco ya que no le suele gustar. En ese momento, Darell se acercó y me hizo cosquillas brevemente, sacándome unas risas inesperadas en estas horas tan tempranas de la mañana, mientras nos preparábamos para partir. Era la segunda mañana donde sonreía a primera hora, sin importarme nada. Ya lo he dicho, tengo la nueva manía de memorizar cada detalle de mi nueva vida con ellos, para aferrarme a ellos tan fuerte que no tenga los antiguos recuerdos presentes.

Todas las estrellas que nunca tocamos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora