Rakan, el Encantador

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Tiempo atrás, los vastaya de Lhotlan vivían en las místicas fronteras de los bosques jonios, en una isla del este llamada Qaelin

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Tiempo atrás, los vastaya de Lhotlan vivían en las místicas fronteras de los bosques jonios, en una isla del este llamada Qaelin. Era un lugar en el que la magia se respiraba como aire. A estas quiméricas criaturas, las tierras de los mortales les parecían un desierto implacable, sin prácticamente rastro de magia. Con el paso de los años, estos desérticos parajes no hacían más que extenderse hasta que llegaron a cercar los territorios vastaya.

Rakan nació en una tribu en declive, pero se negó a perder la esperanza.

Junto con sus hermanos, observó como los asentamientos humanos se extendían más, limitando el flujo de la magia de Jonia para mantenerse a salvo. Muchas tribus enviaron emisarios para negociar con ellos y se las arreglaron para establecer tratados. Sin embargo, los humanos rompieron estas promesas una y otra vez. Muchos vastaya decidieron aislarse aún más y aferrarse al poco territorio que les quedaba. No obstante, el joven Rakan apostaba por un camino diferente. El bailarín de batalla opinaba que, si conseguía que los mortales apreciaran la belleza de la magia, se los podría convencer para que dejaran de intentar sofocarla. Presumía de ser el único capaz de conseguirlo. Estas creencias lo llevaron a ser considerado mu'takl; un aliado de los mortales en el que no se podía confiar.

Rakan abandonó la tribu de los Lhotlan, decidido a educar a las gentes de Jonia con canciones sobre su pueblo. Gracias a sus habilidades como artista en solitario, sus actuaciones eran bien recibidas en las tabernas o carnavales de los pueblos, pero, con el paso de los años, se dio cuenta de que los mortales solo lo querían para eso. Daba igual con cuántos bailes y canciones los deleitara, cuánto interés despertara en su público; no era más que un espectáculo andante para los juerguistas ebrios.

Rakan se vio sin propósito al que aferrarse y cada vez más inquieto... hasta que un día se encontró con Xayah, una muchacha de Lhotlan, en el festival de la cosecha de Vlonqo. Al verla entre la multitud, Rakan interpretó una de sus viejas canciones y fascinó a sus espectadores con su resplandeciente plumaje. Aunque muchas mujeres humanas y vastaya se habían enamorado de él a lo largo de su vida, este cuervo violeta parecía inmune a sus encantos, si bien percibía en ella cierto interés.

¿Cómo es que podía verlo y, aun así, decidir no seguirlo? Un enigma difícil de resolver.

Intrigado, el bailarín de batalla se acercó a Xayah y le pidió noticias de su tribu. Cuando la vastaya le dijo que los Lhotlan habían perdido sus tierras, Rakan se vio invadido por la rabia. Con esto consiguió al fin impresionar a Xayah, que le aseguró que aún había esperanza. Ella formaba parte de algo importante, una especie de fuerza rebelde cuyo objetivo era recuperar lo que los vastaya habían perdido. Rakan quedó atónito. Al fin tenía una oportunidad de buscar la redención de su pueblo, una causa por la que estaba dispuesto a morir. Le suplicó a Xayah que lo dejara acompañarla, y ella accedió con la condición de que se hiciera valer.

Así, la vastaya pronto descubrió que Rakan era tan diestro en la batalla como en el escenario. Se consideraba a sí mismo el mejor bailarín de batalla que Lhotlan jamás había conocido, y nadie podía negar ese título. Sus espectaculares entradas e inigualables acrobacias distraían y confundían a sus enemigos, y Xayah aprovechaba para triturarlos con sus afiladas plumas. Ante cualquier peligro, luchaban codo con codo en sorprendente armonía.

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