La última etapa de mi investigación ha sido compleja, pero no puedo quejarme, porque he logrado salir finalmente de Estocolmo (de la Estocolmo real), al lograr entrometerme en la parte trasera de uno de los camiones que Thomas solía conducir. Apenas detuvo el vehículo frente a un mercado de frutas y verduras, ubicado en una localidad que está al norte de la ciudad de la que escapé, salté del vehículo y me escabullí entre la hierba, sin que nadie me descubra.
Lamentablemente, soy un desertor, y no me aceptarán en ninguna otra ciudad. Tal vez en esa Estocolmo irreal donde sus inspectores ilusorios podrían dejarme ingresar porque el concepto de "deserción" no ha sido incluido correctamente en la programación de sus mentes artificiales.
Pero no aquí, donde me encuentro ahora de manera clandestina.
Soy un desertor. Eso significa que no he aceptado que se me implante en el cerebro el chip que deben tener todos los miembros del ejército de mi país. Muchos no lo han aceptado, por lo que son perseguidos y sólo pudieron residir en la única ciudad que les permitía vivir. Pero luego las cosas cambiaron. Esa amabilidad encubría otro objetivo, y el cerco se erigió en torno a nosotros.
Usaron a los ciudadanos para poner a prueba a los híbridos, eso está más que claro, híbridos en los que la primitiva criatura que resurgía a través de ellos se manifestaba de diversas maneras, a veces apenas se insinuaba, pero en otras ocasiones alcanzaba prácticamente su grandeza original sin eclipsar totalmente al animal que le servía de "huésped". Cabe recordar que dicha criatura prehistórica fue el mayor predador de la era geológica en la que vivió, tal como se supo a través de una investigación que se llevó a cabo a mediados del siglo pasado pero que se mantuvo en secreto casi hasta nuestros días. De manera que el híbrido por el cual el experimento finalmente pudo considerarse exitoso fue el que desató el caos, ése que alguien dijo haber visto alguna vez aunque pocos le creyeron, el que no pudo ser controlado, el que permitió que también los otros se apoderen de la ciudad tras matar a todo aquel que intentara detenerlos, perdonándole la vida sólo a unos pocos y decrépitos guardias, ya que éstos les brindaban asistencia médica, los protegían del frío o el calor de la intemperie, en jaulas que no afectaban en nada la libertad de la que estas bestias gozaban.
Ahora lo entiendo, ahora entiendo muchas cosas.
¿Pero por qué Estocolmo? ¿Por qué no otra ciudad?
Cuando me encontré en esa carretera, bordeada por árboles y polvo, no tenía una respuesta a estas preguntas. Quizá en la angustia que esa situación me generaba ni siquiera me las planteé. Porque no sabía a dónde ir, tan así que en un momento llegué a considerar la posibilidad de regresar a la ciudad en la que había estado viviendo, donde por lo menos tenía una vivienda y conocía a algunas personas. Aunque nunca me acostumbré del todo a esa ciudad, a su clima, a su gente. No sé por qué, nunca me sentía adaptado a ese ambiente, aunque esto también me ocurría en mi ciudad natal.
Lo pensé, lo pensé porque cada vez que pasaba un vehículo por esa carretera me escondía entre la hierba y el camino delante de mí parecía interminable para quien no disponga de un medio de desplazamiento más eficaz que su propio cuerpo. Pero seguí avanzado, como pude, hasta que la noche cayó sobre mí con toda su crueldad y las estrellas que sobre mí resplandecieron parecían querer mostrarme lo lejos que estaba la luz que se había apartado de mis ojos.
Porque de repente no pude discernir nada a mí alrededor. Solamente el cielo y sus astros, y las esporádicas luces que proyectaban los vehículos que seguían pasando por esa carretera.
Me sentí acorralado, derrotado. No tenía otra alternativa que seguir adelante, aunque sea en esa oscuridad total. Y es lo que hice, hasta que ya no pude hacerlo, porque no pude evitar caer en un pozo. Un pozo tan grande que, si hubiera caído verticalmente, me habría matado, pero afortunadamente la oblicuidad de sus paredes revestidas de cemento me permitió rodar hasta el fondo, aunque así y todo sufrí heridas, y un golpe en la cadera que todavía me duele.
No sabía dónde estaba. Sólo sabía que estaba aproximadamente a 200 metros por debajo de la superficie. Ni siquiera podía escuchar desde allí a los vehículos que seguían transitando la carretera, y ese silencio, y mi cansancio, me adormecieron, paulatinamente, a pesar del nerviosismo que me dominaba.
Cuando desperté era de día, y delante de mí estaba la entrada circular de un túnel. Todo a mí alrededor era cemento, todo era gris. Conjeturé que me encontraba dentro de un enorme desagüe pluvial, de esos que suelen construirse para evitar la anegación de toda una ciudad o pueblo. Son gigantescos, y yo he visto varios al costado de algunas de las rutas por las que he viajado antes de que me enviaran al ejército.
No tenía otro camino. Me resultaba imposible escalar el declive por donde llegué hasta allí.
Así que entré al túnel, y allí dentro estaban los hombres que me ayudaron a entender todo esto. Desertores como yo que viven desplazándose a través de los canales subterráneos que atraviesan Suecia, y entre los cuales me siento, en cierta forma, a salvo, aunque todavía hay muchas cosas que necesito entender.
(Texto anónimo, hallado junto a los informes firmados por Marco H. Ford)

YOU ARE READING
El devorador de planetas y otras historias
Science FictionLos informes redactados por un hombre que está perdido en los laberintos del tiempo dan a conocer eventos insólitos que sucederán en el futuro, y la existencia de una criatura descomunal que puede poner en peligro a todo el sistema solar.