n u e v e

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Bárbara.

—Niall ¿qué haces aquí? Levantate del suelo.

Frente a mí, un arrodillado Niall con una botella de cerveza en la mano balbuceaba.

—Vuelve...

Lo agarré del brazo y como pude lo arrastré con las fuerzas que tenía a pesar de estar recién levantada.

Sin decir nada, cerré la puerta. Niall era mi mejor amigo, mi amor platónico y más allá de eso, él era una persona y no podía dejarlo borracho en la entrada de mi casa, él necesitaba ayuda ahora.

—Sientate en el sofá sin hacer ruido, por favor —Pedí. No dijo nada, sólo se me quedó mirando con los ojos caídos y la boca delicadamente abierta.

Lo recosté en el sofá mientras yo iba a preparar una taza de café fuerte. Aproveché de ver la hora en el reloj de la cocina, casi las 4 am.

¿Qué iba a hacer? Shawn estaba arriba en mi habitación durmiendo.

Cuando fui a ver a Niall, él estaba tratando de subir los escalones de la escalera. Corrí hacia él.

—Niall, no, por ahí no —susurré. Lo agarré antes de que se cayera e hiciera un gran ruido.

La cafetera rugió y lo arrastré a la cocina para servirle el café. Se sentó como pudo en una silla.

—Bebe esto, ya después... Te llevaré a tu casa —Dije tendiéndole la taza.

Agarró la taza y se paró de su asiento. Siguiendo todos sus movimientos vi como tomaba un sorbo pequeño haciéndolo saborear la cafeína y poner su cara de disgusto. Soltó la taza y se quebró en el piso.

Cerré los ojos fuertemente escuchando el sonido seco de la taza quebrándose. Miré a Niall un poco molesta.

—Lo siento —empezó a reírse, rápidamente le tapé la boca.

Un ruido se escuchó en el segundo piso. Shawn.

—¿Bárbara? —llamó.

Santa mierda.

Saqué a Niall de la cocina y lo primero que hice fue meternos a un armario.

—Te quedas callado, por favor, Niall —le pedí en un susurro agarrando mi cabeza y pensando cómo rayos íbamos a salir de aquí.

Me inspeccionó de arriba a abajo y dijo algo.

—¿Qué hace él aquí? ¿Qué pasó?

—Niall...

—¿¡Hablamos hace dos días y ya tienes sexo con él!? —le tapé la boca y me quedé a escasos centímetros de él.

—No grites, mierda. No puedes juzgar lo que he hecho y lo que no.

Sus ojos rojos me miraron y se volvieron oscuros. Agarró mi mano y la quitó de su boca.

—No veo rastro de camisa alguna debajo de esa bata y siempre duermes en pantalones de dormir. Es obvio que tuviste sexo con él.

Entonces me di cuenta que no estaba tan borracho como lo aparentaba estar hace unos minutos.

—Huh —alcé una ceja—, que valentía aparecer a las 4 de la madrugada en mi departamento. ¿No pudiste elegir otro día?

—No me interesa...

—¿Bárbara, dónde estás? —se escuchó desde afuera.

«Piensa rápido, Bárbara, piensa rápido» me dijo un espíritu interior.

Cielo →Niall Horan←Donde viven las historias. Descúbrelo ahora