Déjanos ayudarte I

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El rostro de Artemisa era un derroche de rabia, decepción, dolor y temor... pero sobre todo preocupación por lo que acababa de hacer hace un par de horas. Ella era plenamente consciente que no debió haber dicho lo que dijo, pero no podía contra su genio y el hecho de sentirse herida por las palabras de alguien a quien medianamente respetaba.

Todo era su culpa...

Desde un comienzo las cosas no estaban bien con Perseo... porque ella sabía que no necesitaba empujarlo hasta el borde para que mantuviera su palabra y mucho menos obligarlo a jurarlo por la laguna Estigia. Pero ella no podía contra su ego desmedido y su fama de despiadada diosa que odia a los hombres. Había podido ver el malestar de Perseo cuando ella lo obligo a jurar que no revelaría nada de lo que vio ese fatídico día donde la gran diosa Artemisa había quedado expuesta y débil, frágil y sin voluntad... a merced de su enemigo...

Ahora que era un dios tampoco había confiado en él pensando que tal vez Perseo olvidaría su promesa y se vería avergonzada frente al consejo Olímpico. Se odiaba demasiado por las cosas que habían pasado, Apolo le había gritado por primera vez en siglos de existencia, siempre había sido ese para rayos con el que Artemisa había dejado salir sus frustraciones y molestias contra el género masculino, pero hoy simplemente Apolo se irguió firme y con una confianza que Artemisa solo había visto cuando se enfrentó a aquella Pitón y le espeto toda la rabia que tal vez con razón Apolo había tenido contenido hacia ella.

No podía juzgarlo... Apolo tenía razón.

La sola declaración traía un gran dolor de cabeza a la diosa lunar que se encontraba todavía en el jardín de Hestia. Y ahora, después de lo que había pasado con Perseo no había esperanza de que las cosas fueran fáciles para Artemisa. Ella lo había abofeteado dos veces y había usado un recurso tan vil como la memoria de Annabeth para provocarle un poco del dolor que ella estaba experimentando, pero ella sabía que lo que había provocado en el héroe que ahora era un dios no se comparaba en nada a su vergüenza y dolor... Lo que había visto en la mirada de Perseo era exponencialmente superior.

Un dolor que solo podía experimentar aquel que alguna vez había amado. Y amado de verdad.

La sola palabra exponía el vacío interior que Artemisa tenía en ese rubro. No había querido saber nada sobre el amor desde que apareció en el Olimpo y se topó con la popular diosa del Amor... Y verla manejar el corazón de los mortales y aun dentro del mundo mitológico y lo descarado de su comportamiento con respecto a eso tan sagrado, que ella tenía reservado en su corazón para entregárselo algún día a algún joven dios, había hecho que Artemisa tomara la decisión de ser una virgen eterna... verla seducir, destruir, usar y manipular ese sentimiento en las vida de innumerables personas a lo largo de los siglo había hecho que Artemisa se cerrara por completo al amor y lo viera como una estupidez de la cual se agarran las personas débiles para dejar que sus sentimientos los dominen.

Sentía una repugnancia especial hacia cualquier clase de sentimiento que ablandara su corazón endurecido por años de ver el amor como un negocio netamente carnal y sin sentido. Y aunque tenía un gran afecto por sus cazadoras, no podía llamarlo una clase de amor como el que experimentaron otras personas, era una relación un poco impersonal... demasiado tal vez, pero era real y honesto, las cazadoras sabían que podían encontrar en Artemisa una amiga y señora, pero que ella no estaba para suplantar la figura materna que sus verdaderos padres tenían sobre ellos, sino más bien una relación de fidelidad que no se rompería... A menos claro que a alguna cazadora se le ocurriera caer en el amor...

Pensando en todo eso relacionado con la mirada destruida de Perseo fue que apareció la diosa responsable del jardín donde Artemisa estaba sumida en sus pensamientos y pesares.

Algunas cosas toman tiempoWhere stories live. Discover now