Capitulo 3

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Las chicas y los chicos del grupo B del último curso observaron a la recién llegada con curiosidad.

 Una desconocida de piel demasiado clara, como si nunca la hubiera rozado ni un rayo de sol, con el pelo negro y ondulado, que hacía que sus ojos verdes parecieran más interesantes de lo que en realidad eran.

 Guapa no era, dictaminaron las chicas. Al menos no en el sentido estricto de la palabra.

 No llevaba maquillaje, salvo el esmalte desportillado de las uñas, color morado oscuro. No vestía de una forma rebuscada y parecía que no le gustasen demasiado los colores vivos: la falda por la rodilla era de color negro, al igual que la camiseta y las botas que llevaba a pesar de que todavía hacía calor.

 No había sonreído a nadie de la clase. No había hablado demasiado, pero las pocas palabras que habían salido de sus labios las había pronunciado con un marcado acento del norte.

 La Santoro, la profesora de Anatomía, la había invitado a que escogiera un pupitre y ella se había dirigido al fondo del aula, a la esquina más alejada de la ventana. Se llamaba Eleanor Becket. Sus dibujos no estaban nada mal, sobre todo los realizados a carboncillo. Y las notas que traía de su antiguo instituto indicaban que era una estudiante de las buenas.

—Hola —le susurró el chico sentado delante de ella, después de girarse—. Soy Leo.

 —Hola —respondió ella educadamente. En seguida apartó la mirada y se puso a hurgar en su mochila. Por un segundo, el chico le había mirado el pecho. Detestaba que los hombres hicieran eso. Se preguntó cómo habría reaccionado Leo si en lugar de dirigirse a él mirándole a la cara, se hubiera puesto a charlar con su entrepierna.

Eleanor extrajo el cuaderno de bocetos y el estuche. Inclinó la cabeza sobre la mesa y comenzó a dibujar, como les había pedido la profesora.

 Cuando dibujaba, encontraba un cierto sentido en las líneas negras que trazaba sobre el papel. Eran como calles que la guiaban hacia un lugar solitario, hecho a base de música, pero también de silencio, donde el rumor del resto de la gente, de la ciudad, del transcurrir de un tiempo que nunca sería futuro, desaparecía.

No sabría precisar cuánto tiempo estuvo con la cabeza agachada, la mirada puesta en el folio, y el pelo cubriéndole la cara como si fuese una cortina 

—¡Eh! ¿Estás en este planeta? 

La voz la trajo de vuelta al presente. Miró hacia arriba y vio el rostro sonriente y pecoso de una chica que parecía demasiado pequeña para estar en último curso.

—Ha sonado el timbre del recreo. ¿Vienes a dar una vuelta? —preguntó a la vez que le tendía la mano—. Me llamo Cherly, puedo ser tu guía turística, si tú quieres.

Eleanor le estrechó la mano y asintió. Antes o después tendría que aprender a moverse en aquel instituto enorme y desconocido, por lo que decidió que lo de tener una guía no era mala idea. Le evitaría retrasos y hacer el ridículo.

—¿De dónde eres? —le preguntó Cherly después de andar un rato por los pasillos, sorteando chicos y chicas como si estuvieran en un videojuego. 

—Pensaba que normalmente eran los turistas los que hacían las preguntas a la guía —respondió Eleanor con una sonrisa tirante. Cherly no se percató de lo violento de la situación y se echó a reír. Una risa sana y vibrante.

—Tienes razón —exclamó—. ¿Qué es lo que quieres saber? ¿Dónde está el baño? ¿Quiénes son los camellos del instituto? ¿O quién es el chico más guapo?

—Venga, el chico más guapo —respondió Eleanor, intuyendo que ésa era la respuesta más adecuada. Sabía que, evidentemente, Cherly le iba a enseñar al chico más guapo en su opinión. Le siguió el juego; observar a los demás era preferible a ser observada. Bajaron a la planta baja y salieron al gran patio cuadrado, en cuyo centro crecía un único y mísero árbol. Hacía un sol de justicia pero a los estudiantes no parecía importarles, ya que todos estaban a plena luz y casi todos vestían ropa veraniega. De hecho, algunos iban en chanclas. Eleanor pensó que su madre, antes de salir de casa para ir al instituto, le había contado por teléfono que en Milán estaba lloviendo a cántaros. El típico otoño, frío y húmedo.

Die TogetherDonde viven las historias. Descúbrelo ahora