Capitulo 25

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 Aquella mañana el mar estaba en calma, y el sol invernal se reflejaba en la superficie como un millón de espejos fulgurantes.

Las gaviotas planeaban sobre el rompeolas buscando comida. Las más espabiladas sobrevolaban las barcas amarradas, a la caza de sobras.

  Mientras el viento le desordenaba el cabello a ráfagas breves y repentinas, Eleanor miró a su alrededor en busca de Kyle. Había visto su moto aparcada cuando llegó al puerto, pero no había ni rastro de él.

 A pesar de que la mañana era cálida para la estación, estar sentada en un embarcadero congelado no era lo que se dice agradable. Se metió las manos en los bolsillos del impermeable e inhaló el aire salobre.

 De cabina del pequeño yate amarrado delante de ella surgió una figura que sostenía dos chalecos salvavidas naranjas.

 —¡Kyle! —gritó Eleanor, al tiempo que se levantaba y recogía su mochila del embarcadero—. Podías haberme dicho que estabas ahí dentro, bien calentito.

 Él la saludó agitando el brazo que tenía libre y le sonrió.

 —Quería hacerle una puesta a punto antes de que subieras a bordo —le explicó—. Lo traje aquí al final del verano, y luego he estado ocupado para utilizarlo.

 «Demasiado ocupado.»

 Eleanor se esforzó por devolverle la sonrisa y se acercó a la embarcación. Kyle le tendió una mano para ayudarla pero ella la ignoró y subió de un salto. Él la estrechó un momento y la besó en los labios.

 —Feliz cumpleaños —le dijo.

El abrazo fue frío, el beso, insípido, pero Eleanor lo atribuyó a las bajas temperaturas y entró en la cabina. El interior era amplio y estaba bien distribuido, con un saloncito elegante con sofás de piel blanca y una cocina americana con los electrodomésticos más modernos.

 —No está nada mal —comentó—. ¿Otro regalo de Seth?

 Kyle no respondió. Fue hasta la proa, donde estaban los mandos, y cogió un paquete que había dejado junto al timón.

—Esto es para ti.

 Se lo tendió con cierta rigidez, como si no estuviese convencido de lo que estaba haciendo. Eleanor, inquieta e incómoda, no lo cogió.

 —¿Estás bien? —preguntó.

—Así así, ¿y tú?

—Así. 

En el silencio que siguió a continuación, se estudiaron. Él la miraba como si tratase de no verla. Era una sensación extraña, pero Eleanor la notó. Ya no era capaz de leer nada en el fondo de sus ojos, había un muro entre los dos, una distancia que convertía cada gesto, cada aliento, en algo antinatural.

Se le acercó y lo abrazó con fuerza. Inspiró su olor, le acarició los rizos con la mano, pero su piel no le transmitía ningún mensaje.  

Con un suspiro, Eleanor se separó de él y tomó el paquete que le tendía. Era pequeño, estaba envuelto en papel rojo y atado con un lacito blanco.

 —¿Qué es?

 —Lo he pensado mucho, espero que te guste —respondió Kyle. De haber querido, podría haberle regalado casi cualquier cosa, un coche, un caballo, una tienda llena de ropa nueva. Pero ninguno de esos objetos encajaba con ella. Perdían todo su significado, si es que alguna vez lo habían tenido, y se convertían en la materialización del dinero que había servido para comprarlos.

 Eleanor rasgó el envoltorio y extrajo un estuche de terciopelo azul. Le dio un vuelco al corazón al pensar en lo que aquello podía contener y en cómo habría reaccionado sí, de verdad, al abrirlo, hubiese visto un anillo.

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