Capítulo 13: Pintando nuestro amor

90.4K 7.1K 910
                                    

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

           

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

           

La noche no pudo ser más perfecta. Luego de comer algo de nuevo y relajarnos un poco, volvimos al agua, ya desnudos y sin ninguna clase de vergüenza. Hablamos toda la noche, contándonos cosas de nuestras vidas, de nuestros pensa­mientos. Esperamos el amanecer y, mientras llegaba, volvi­mos a amarnos. Eso era fantástico.

No puedo negar que al inicio me dio un poco de te­mor, nunca había estado con un chico y tenía miedo de no saber qué hacer... o de hacerlo mal. Además, por momentos se me hacía que todo estaba sucediendo demasiado rápido, y eso también me asustaba. Pensaba que cuanto más rápido y alto volara, más fuerte y dolorosa sería la caída. Sin embargo, no podía cerrarme a esta oportunidad, todo en mi cuerpo grita­ba por Bruno, yo quería descubrirme y descubrirlo, vivir esta experiencia, disfrutarlo.

Él fue tierno, dulce y apasionado, una mezcla perfecta que descolocaba mis sentidos. En sus brazos me sentía ama­da, a sus ojos me veía bella, y se sentía tan correcto que tuve la certeza de que era con él con quien quería estar. Fue tan respetuoso y cadencioso, que pronto pude acostumbrarme a las nuevas sensaciones y dejarme llevar por ellas.

Los siguientes dos días nos dedicamos a pasear y disfru­tar de los mil y un lujos que había en la mansión. Para mí era como estar de vacaciones en un hotel, pero pronto termina­rían: Bruno ya estaba bien y yo debía volver a mi rutina, a mi trabajo; no quería perder mi sitio en la plaza y tenía que seguir vendiendo cuadros para mantenerme. Por eso había ideado algo especial para aquella noche.

Esa mañana le pedí a Bruno que me dejara prepararle una sorpresa para nuestra última noche en la mansión. Él asintió complacido y le dijo al chofer que me llevara a donde necesita­ra, así que por la tarde salí a comprar algunos insumos.

Cuando llegué, me dirigí al lugar que había visualiza­do para la aventura: era una pequeña habitación que solía usarse como depósito y que estaba al lado del quincho, en la zona de la pileta del patio. La estancia era pequeña, pero es­taba limpia y vacía. Extendí los tres metros de tela que había comprado asegurando los bordes con cinta de pintor. Hacía tiempo había visto un documental donde un hombre habla­ba de esto y me había quedado con las ganas de probarlo, pensé que nunca tendría la oportunidad. No pude adquirir la pintura especial, pero pintura sencilla, al agua y no tóxica sería ideal.

La chica de los colores ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora