Capítulo 18: La danza del amor

66.4K 5.8K 826
                                    

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


Celeste estaba ofendida, se sentía lastimada y, quizás, has­ta humillada. Había entendido mal todo lo que quise decirle, por eso ahora debía mostrárselo. Manejé la silla sin dudarlo y sin que ella supiera a dónde íbamos. Sabía que no le gustaba que manejara su silla a no ser que ella me lo pidiera, porque sentía como si le ordenaran a dónde ir o qué hacer, pero esta era una situación especial.

—¿A dónde me llevas? —preguntó aún alterada.

—A mostrarte mi punto —respondí, y ella suspiró hastiada.

—Dije que no quiero hablar más del tema, Bruno —zanjó enfadada, y yo sonreí.

—No vamos a hablar —agregué, y me agaché para besarla en la cabeza. Ella se sacudió un poco para demostrarme su enfado. Era adorable incluso cuando estaba enojada.

Cuando llegamos a las escaleras me puse delante de ella y me arrodillé para quedar a su altura.

—¿Puedo cargarte? —pregunté. Siempre lo hacía, quería que supiera que era ella quien lo decidía.

—¿Pero qué quieres hacer? —Sonaba aún enfadada.

—¿Confías en mí? —sonreí, y ella asintió. Entonces la alcé en mis brazos y ella se aferró a mi cuello.

Subí las escaleras con ella mientras la miraba fijamente a los ojos. Podía ver su mirada oscura por el enfado y el mal rato que habíamos pasado hacía unos instantes.

—También me gustas cuando te enfadas —susurré, y ella, aunque quiso mantenerse seria, no lo logró, sonrió.

—No puedo enfadarme si me haces reír. —Entonces se re­costó escondiendo su cabeza en mi hombro.

No dijimos nada más, llegamos a la terraza y entramos. El lugar estaba silencioso y oscuro, solo algunas luces tenues alrededor de la piscina iluminaban la estancia y el resplandor de la luna enorme se filtraba tras el cristal traslucido de la cú­pula.

La senté en una de las tumbonas y me saqué la ropa, que­dando en bóxer. Ella sonrió.

—Permíteme —murmuré acercándome a ella. Asintió y entonces desabroché su blusa y también su falda, dejándola en ropa interior—. Celeste —dije al mirarla; tenía un conjun­to de encaje de ese color. Ella sonrió y se encogió de hombros.

La chica de los colores ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora