Capítulo IV

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— ¿Qué demonios está diciendo? — Pregunté perpleja.

— Lo que escuchó señorita ¿O quiere que lo repita?

Sonrió de forma arrogante.

— ¡Usted, a mí no me manda! No sé qué demonios quiere de mí, pero tenga por seguro que no se lo daré. ¡Así que entrégame ese jodido contrato!

Quería golpearlo. Él no podía darme órdenes ¿Qué se creía este hombre? Era guapo, pero nadie, absolutamente nadie me decía qué hacer. Yo tenía una vida, la cual era solamente mía, y nadie la manejaría a su antojo, mucho menos él que lo acababa de conocer.

— Estás colmando mi paciencia, querida Aneile — bramó apretado los puños.

— Mira, Allen, me importa muy poco si te colmó la paciencia. No estoy para juegos. Mucho trabajo pudo haber hecho mi padre al conseguir el inicio del contrato con tu empresa, pero sinceramente... ya me cansé.

Me arrepentiría de esto, claro que lo haría, porque era el último deseo de mi padre, pero no quería seguir este juego con él.

Acomodé mi ropa, caminé hacía la puerta a paso decidido. Necesitaba salir de ese lugar cuanto antes. Sin embargo, no alcancé ni a tocar la perilla para poder abrir la puerta. Un fuerte golpe en la parte posterior de la cabeza hizo que mis oídos pitaran, la vista se me desenfoco, y el dolor me recorrió de manera abrupta.

— Allen... — susurre con dificultad.

El aire no entraba bien a mis pulmones. De un momento a otro, estaba acorralada contra la puerta, Allen ejercía presión contra mi cuello, su antebrazo mantenía una presión efectiva para cortarme el aire de manera limitada, pero así mismo podía respirar, aun con dificultad. Y por primera vez en mucho tiempo, sentí miedo, de ese profundo pavor, una fobia exactamente, y fobia era él.

— Te dije, que no agotarás mi paciencia, Aneile.

Sus ojos estaban llenos de furia y más oscuros. Ese hermoso color era ahora azul oscuro, ellos se encontraba una chispa que aún no entendía. Poco a poco empecé a tener menos acceso al aire, su presión era más fuerte, mi cuello dolía, mi cabeza empezó a palpitar.

— De...deja...me — logré articular.

Mi cabeza tenía unas pequeñas punciones, de manera más constante, no sentía mi cuerpo, el poco aire que me quedaba estaba empezando a escapar de mi cuerpo, mi vista se nublo, y aun con la vista de esa manera vislumbre en el rostro de Allen una sonrisa cínica, y socarrona, una que esconde una plena satisfacción.

¿Así era cómo iba a morir? Me estaba asfixiando, mi cuerpo no tenía energía, no podía golpearlo o hacer algo para escapar de su agarre. Me sentí impotente. ¡Yo no podía morir! ¡No debía morir! Intente con el poco aliento moverme para alejarlo de mí, pero fue imposible, no tenía la fuerza suficiente.

El rubio me soltó de golpe. Caí al suelo de rodillas, comencé a respirar agitada, un ataque de tos apareció por varios segundos, pensé que iba a escupir los pulmones. Acaricie mi cuello, intentando disminuir la molestia del ardor de la piel, y la tensión muscular, seguramente dentro de unas horas aparecería un hematoma.

— ¿Qué de...demonios te sucede? — pregunté, aún con dificultad. Me dolía el cuello, mi corazón no dejaba de bombear como loco, y con cada latido la cabeza me puncionaba de forma dolorosa.

— Aún no comprendes, ¿verdad, cariño? — Se colocó de cuclillas frente a mí. — ¿Te llego mi regalo al hotel? — lo miré confundida « ¿Qué regalo? » Una imagen pasó por mi cabeza. ¡La caja roja! Abrí mis ojos por el asombro — Sí, si la recuerdas — me golpeó con el dedo anular la frente, como si de un animal se tratara. Apreté los dientes con toda mi fuerza.

Idiota asesino |EditandoWhere stories live. Discover now