Capítulo IV: La Aparición

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Desperté varias horas después, cuando lo hice, bastó con mirar a través de la ventana larga y angosta que tiene mi transformada puerta para ver que afuera ya era de noche. Fui a confirmarlo con la hora y me dirigí a la cocina para ver la hora en el reloj de la cocina, no sólo era de noche, ya era tarde. Era exactamente las diez.

No veía ningúna razón para continuar abajo. Había dormido más de tres horas pero de todas formas quería ir a mi habitación, no se me antojaba nada ni quería ver la tele, solo quería volver a dormir, pero esta vez en mi cama.

Me cepillé los dientes, busqué mis zapatillas bajo las escaleras (donde generalmente las dejo) y con una botella de agua fría de medio litro por si me daba sed, subí lentamente cada escalón, como si además de mi propio peso tenía que cargar con mi tristeza, que en ese momento era inmensa.

De la planta alta de mi casa no hay mucho de que hablar. Son cuatro habitaciones: La que está más cerca de las escaleras, al lado mismo, es una especie de estudio y el resto son habitaciones. También hay un "baño" pero lo digo así porque ni siquiera pasó del proyecto, está el espacio pero ni se empezó a construir, solo hay arena, escombros de la construcción y los adornos de navidad. Yo duermo en la pieza (como decimos acá) que se encuentra junto al estudio, las otras dos están en frente y el tocador en potencia está en el fondo y en el medio de los cuatro. Nada más, fin del tour.

Abrí la puerta y el rechinido de dientes que hace al abrirse no se hizo esperar. No la cerré al entrar, me daba igual, nadie podía verme. Encendí el ventilador y se me presentó algo incómodo: Mi cama.

Nunca pude imaginar que tener una cama tamaño matrimonial pudiera ser malo, hasta este día. No es nada conveniente tener una cama tan grande para alguien tan solitario y vacío como yo en ese momento, pero un dolor repentino y constante de cuello me hizo saber que el sofá ya no era una opción, así que tuve que resignar.

Dejé mi botellita en una de las mesas de luz que tiene el lecho conyugal para uno, me cambié los jeans y la remera ocre que tenía por unos shorts negros de fútbol y la remera de las olimpiadas de mi último curso (Esa de Jersey, que siempre estaba firmado por todos los compañeros; pues bueno, la mía no, no quería que escriban en ella).

Me desplomé en el lado derecho del sommier matrimonial, del mismo lado dejé la botella sobre la mesa. Aunque pasando los minutos, me fui moviendo un poco más al medio, quedando totalmente descentrado.

El silencio era total, incluso la terrible acústica de mi habitación (que gracias a mi bendita ventana, trae sorprendente los ruidos incesantes del centro de la ciudad, distantes a unos dos kilómetros) no generaba la más mínima alteración de la paz reinante. Sin embargo, me era imposible volver a dormir, claro que, después de la siesta en el sofá, deberían de pasar unas horas para que me de sueño, pero lo cierto era que, mi propia cabeza no me dejaba dormir, más concretamente eran mis pensamientos. La noche era el momento en el que siempre analizaba mi vida, y hoy, a pesar de la confusión y las idas y venidas, tenía que aclararme las cosas.

Fue una jornada singular indudablemente: El "amor de mi vida" me había dejado y con ello, destruyó un montón de ideas y planes en los que estaba incluida. Luego aparece una extraña voz que desde lo más profundo (e inconsciente, creo) de mi cabeza que me informa que estaba solo. Si bien, eso no pasa diariamente, no podía tener más razón. Trataba de recordar cuándo fue la última vez que hablé con un amigo, no con la superficialidad de "Hola Kp" y preguntar "Qué tal?" de dientes para fuera e improvisar una conversación, sino contarle claramente como me sentía o que me pasaba y que pudiera aconsejarme y ayudarme; no es que no tuviera problemas, pasaba que o se lo contaba a Julieta o me lo callaba, anteriormente a mis amigos fieles pero dejamos de hablarnos por la chica en cuestión. Tampoco nadie me contaba de los suyos, me era difícil recordar cuando fue la última vez que tuve intimidad con alguien que me "apreciara".

Dejame solo,  Soledad. Unde poveștirile trăiesc. Descoperă acum