CAPÍTULO 11

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Una vez escuche a una persona decir que absolutamente nadie está libre de enfermedad, por pocos que sean, siempre hay rasgos. Y la mentira en exceso, llega a ser enfermedad. Por tanto, nadie está absuelto de mentir. Todas las personas mienten, así sea una pequeña y blanca mentira, no deja de ser eso. No existe eso llamado corazón puro, así como tampoco existe una mente sana. Quizás haya un equilibrio, pero jamás un estado de completa plenitud.

Reclinándose sobre la cómoda silla de cuero, Seung Hyun exhaló el humo del cigarrillo que se había llevado a los labios hacía pocos segundos. Entrecerró los ojos mientras sacudía sobre el cenicero la colilla mientras fruncía los labios; dejó la colilla de aquel objeto cancerígeno y se levantó de la silla, metiendo las manos en los bolsillos de su pantalón mientras miraba a través del cristal a sus espaldas.

Las noches en Seúl eran frías, pero no por ello menos inquietas. Estaba seguro de que cientos de jóvenes allí afuera estaban divirtiéndose, cosa que él no podía hacer por estar obligado a permanecer en esa maldita oficina, cargando sobre sus hombros una responsabilidad que él nunca quiso.

Había estado fingiendo desde que tenía diecisiete, ser un chico fuerte y capaz, diciendo y haciendo todo lo que el mundo entero pedía. En su vida no había tiempo ni espacio para equivocaciones y cuando era tan estúpido para hacerlo, simplemente había mentido. Eso había forjado su carácter, eso y el hecho de saberse en medio de un nido de víboras que dichosas querrían un trozo suyo.

Sin embargo, todo había cambiado en el preciso instante en el que había conocido un par de ojos caramelo que miraban con ingenuidad y ternura. En ese momento, nada más importó.

De pronto, escuchó cómo tocaban con suavidad la puerta, por lo que simplemente autorizó la entrada, aún sin girarse. Escuchó tímidos pasos dirigiéndose a él y en el instante menos pensado, sintió el flojo amarre de unos delgados brazos alrededor de su cintura.

—Estaba preocupado.— aquel cadencioso murmullo consiguió acelerar la respiración del mayor— ¿Qué haces aún aquí?

—Espero unos papeles.— respondió girándose, encontrando un par de ojos caramelo que le miraban con devoción.

—¿A esta hora?— inquirió con el ceño fruncido.

—Sí. Mis socios de New York estaban ansiosos, amenazando con retirar los fondos del nuevo proyecto si no les resolvía los problemas que papá causó en mi ausencia.— resolvió mientras sostenía con ambas palmas el pequeño rostro y se acercaba lo suficiente como para dejar un descuidado beso en los rosados labios— Por la diferencia de horario es que estoy aquí a esta hora.

—Que desconsiderados.— murmuró ceñudo.

—No importa, además ellos son los que están inyectando una fuerte suma al proyecto.

—Claro...— gimió quedamente cerrando los ojos mientras se acurrucaba en los brazos del mayor, quién simplemente se quedó allí, sosteniéndolo y acariciando su sedoso cabello rubio— ¿No has pensado en irte?—murmuró de pronto.

—Ya te dije que esos papeles son importantes.— sonrió el de cabellera negra mientras conseguía separarle y mirarle a los ojos.

—No. No me refiero a hoy, sino a irte lejos y no volver. Marcharte y dejar todo atrás, como si no existiera nada más que tú mismo. Irte lejos y abandonar todo.

—Por supuesto que lo he pensado, miles de veces en las que como hoy siento que estoy cargando con algo que no es mío. En ocasiones quiero mandar todo al carajo e irme y vivir la vida que yo tenía antes de la muerte del abuelo.— suspiró mientras se apartaba y andaba lejos del menor— Pero entonces recuerdo que no soy un cobarde y que debo de afrontar esto, lo que quiso el abuelo cuando murió, que me hiciese cargo de todos.

DRAGÓN DE DOBLE CARAWhere stories live. Discover now