Prólogo

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¿Recordáis ese característico olor que fluye en el ambiente durante la época otoñal? ¿Ese olor a hojas marchitas que fueron y ya nunca más serán? Yo recuerdo aquellos días en los que el rocío sobre la hierba acariciaba suavemente mis piernas desnudas, como si estuviera llamándome para jugar por siempre en las más verdes praderas que ya jamás conoceré.

Recuerdo la felicidad de la ignorancia, y la dicha de vivir para llegar a ser lo que siempre has soñado. Recuerdo mi alma infantil como un espectro de lo que soy ahora, pues la auténtica Fleurie se desvaneció junto a ella. Dejó de darle la mano para convertirse en quién soy ahora «¿Y quién soy ahora?» te preguntarás. Ni siquiera yo puedo contestar a esa pregunta, pero dentro de poco me conocerás como si hubieras sido el acompañante de toda una vida: la mía.

Los ecos lejanos del pasado se alejaban de mí conforme el tren avanzaba con la seguridad de un titán hasta mi futuro hogar ¿Quién sabe qué encontraré y qué podré dejar de encontrar entre las paredes de piedra y cal que ocultarían mi presencia por más tiempo del que yo habría planeado jamás? Mi mente vagaba por lugares imaginarios, intentando olvidar sin éxito alguno lo que, como las hojas del otoño, fui y nunca más seré.

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La antigua estación de trenes seguía siendo una algarabía de personas. Nadie se daba cuenta de que entre los trajes y vestidos, los harapos y los trapos, corría una chiquilla que hubiera podido cambiar el transcurso de la historia. Pero era muy pronto para eso. Las dos maletas en las que llevaba guardada toda su vida le resultaban pesadas, pero no podía detenerse ni un minuto, pues La Dansé des Merveilles la esperaba con ansias y deseo.

Una vez frente a los raíles de metal, la joven Fleurie detuvo su carrera en seco y apoyó las maletas en el suelo, fatigada. A un lado y al otro se encontraba con personas que jamás llegaría a conocer, y que sin embargo tendrían mucho que aportar a sus conocimientos. En aquellos momentos, la niña se despedía por siempre de la pequeña ciudad que vio cómo se convertía en una pequeña mujercita: Tours.

Poco a poco, las manillas del reloj avanzaban con sigilo. Escuetas, finas, y aun así podían mover decenas de hombres, mujeres y niños hacia un destino diferente del que ahora vivían. Una brisa otoñal hacía ondear vagamente el lacio vestido de la niña, sedoso y blanco como una bella rosa. Su corta melena castaña hacía juego con sus ojos, al igual que los árboles que crecían, majestuosos, en el Jardín Botánico de la ciudad, el cuál nunca más llegaría a visitar.

Entre el gentío, la joven chasqueó sus dedos y pensó en todas las melodías que creaba su cabeza, aquellas ya aprendidas y las nuevas por descubrir. Su destreza en el piano la había llevado a una Academia de elevado prestigio, y no escatimaba esfuerzos a la hora de demostrar sus innatas habilidades. Decenas de artistas llegaban allí con el propósito de que su talento fuera reconocido, y Fleurie no era distinta a ellos.

Convencida de que sus manos llegarían a ser las más conocidas de toda Francia, ni siquiera dudó un instante en dejar atrás su pasado y emprender un nuevo futuro. Se despidió de sus padres, amigos y familiares; de sus conocidos e incluso de los desconocidos que habitaban las calles de Tours, pues ahora su destino era la magnífica ciudad de Montecarlo. En la periferia, La Dansé des Merveilles se hallaba erguida como un titán, esperando con paciencia a una nueva moradora.

Dentro de aquellas paredes, Fleurie planeaba desarrollar su talento, tocar el techo de la música clásica, innovar y aprender todo lo posible para una maravillosa mente como la suya. El mundo sería suyo en cuanto su esfuerzo se viera recompensado, pues la joven no dudaba ni un instante de sus notorias capacidades. El tren se vislumbraba por la lejanía mientras pensaba con fuerza en el gran Palacio de la Ópera de Montecarlo.

¿Su sueño? Hacer disfrutar a los nobles, los ricos y a toda persona que hubiera entrado en el lujoso Palacio para disfrutar de su música. Debía llegar allí, aunque fuera tan sólo para ser acariciada por los aplausos y vítores de un público maravillado con su destreza. Tocar allí lanzaría a Fleurie al estrellato. La fama y la gloría irían implícitas en su nombre, y con ese profundo anhelo, la niña de 12 años de edad cerró sus ojos.

Al abrirlos, el tren ya estaba justo frente a su figura. La gente subía y bajaba de él con rapidez, pero ella quería disfrutar del momento. Al recoger sus maletas, Fleurie pisó con fuerza el suelo del tren a vapor que la llevaría a un mundo nuevo. Sus decorados clásicos y detallados, admirados con cautela, embriagaron sus sentidos desde el momento en el que tomó asiento en uno de los cómodos sofás del lugar.

Ni uno de los rostros que habitaban el tren fue visible para los ojos de Fleurie, pues tan sólo dirigía su atención al gentío que parecía reflejarse con gracilidad tras su ventana. Lentamente, el tren se puso en marcha y el horizonte cambiaba la naturaleza. Y entre medias de un espectáculo al ocaso, Fleurie se recostó sobre el asiento, admirando paisajes que nunca más volvería a encontrar...

...mientras siguiera con vida.

Death's Lullaby (Novela Histórica de Misterio & Suspense)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora