Epílogo

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Lunes, 20 de diciembre de 1885.

La Dansé des Merveilles, Montecarlo (Francia)

Dormitorios / El Gran Salón

Aquella lágrima que resbaló por la mejilla de Matildè no apagó la llama de la vela que sostenía con firmeza en sus manos. Frente a ella, dos proezas de la música. Death's Lullaby y su variante hacían acto de presencia en la habitación, ante la joven de mirada perdida. Desde aquel fatídico día en el que vio la muerte llegar ante sus ojos, todo su mundo cambió.

Perdió ese mirada cautivadora, esa sonrisa soñadora y hasta el color de su piel. Pero para ella había perdido mucho más. Había perdido la esperanza, y no tenía intención de recuperarla nunca más. La llama se acercó peligrosamente a Death's Lullaby. Finalmente, llegó a tener contacto con una de las puntas de la magnífica partitura. La vio consumirse en el fuego.

—Polvo tienes y en ceniza te convertirás –susurró, mientras contemplaba a la llama acabar con el prodigio... ¿humano? ¿Un ser humano es capaz de jugar con las sombras para esconder la muerte tras el bello rostro de una dulce sinfonía? Lo dudaba. Aquella partitura parecía escrita por el mismísimo demonio. Pero eso no importaba ahora. Los restos de Death's Lullaby yacían en sus manos en forma de ceniza.

Tras este acto, Matildè se acercó a la ventana de su habitación y, abierta de par en par, dejó que el viento se llevara los restos de las hojas que se llevaron con ella la vida de cuatro personas inocentes. Secó sus lágrimas, justo a tiempo de ver cómo entraban en su cuarto, con aire preocupado, la Sra. Monsielle y su profesor de música. Tomaron asiento en la antigua cama de Fleurie.

—Matildè, cariño... —comenzó la Sra. Monsielle—. Comprendemos tu dolor. A nosotros también nos ha impactado este horrible suceso, pero no pensamos que abandonar La Dansé sea la mejor opción.

—Vemos en ti un gran talento. Puedes llegar a triunfar, niña, aunque para ello debes superar ciertos... percances en tu vida —concluyó su profesor. Matildè les miró a los ojos.

—Ya he tomado una decisión. Agradezco infinitamente el apoyo del profesorado y de mis compañeros, pero nada puede hacer que se prolongue mi estadía en esta Academia. No obstante, y como muestra de buena fe, representaré mi "obra maestra" esta tarde para el deleite de todas las personas que me han acompañado durante el transcurso de mi estadía en La Dansé des Merveilles.

No esperó respuesta alguna. Tampoco la obtuvo. Contempló en los rostros de ambos adultos la expresión misma de la derrota. Se pusieron en pie con intención de abandonar la estancia, pero algo les retuvo. Matildè tenía una última cosa que contarles:

—Tomen —dijo, tendiendo en su mano un sobre cerrado—. Quiero que lo abran tras mi partida esta noche.

La Sra. Monsielle lo cogió con delicadeza y le dedicó una mirada de complicidad. Luego, ambos profesores abandonaron el dormitorio. Matildè se tumbó en su cama con la mirada escrutando su "obra maestra". Tocaría una última vez en la Academia más prestigiosa de Francia, y luego, regresaría con su familia y jamás regresaría a Montecarlo. Cuando estuviera bien lejos de allí, abrirían el sobre.

En él descubrirían toda la historia de la joven. Nadie la creerá, y el que lo haga, no podrá demostrarlo. Al fin y al cabo, la habitación secreta no es mencionada. Tan sólo sabrán que tanto el plano real de la Academia (el mismo que fue robado) y Death's Lullaby, han sido quemados. Además, podrán encontrar el paradero de la desaparecida bibliotecaria. Y nada más. Era inevitable.

Todo acabaría esa noche.

  \_             • • • • •             ~            • • * • •            ~             • • • • •            _/

—Dos minutos para tu actuación, Matildè —le advirtió su profesor de música.

La joven pianista tensó la falda de su vestido rosado con sus manos y también se volvió a peinar con ellas. Cualquiera que la viera diría que era toda una mujer. Un porte elegante, firme y decidido; convencida de sus capacidades, fuerte y segura de sí misma. Esa era Matildè. Cuándo fingía frente al público. Cuándo no, era un alma que buscaba desesperadamente un cuerpo que no estuviera roto como el suyo.

Finalmente, su turno llegó. Sus zapatos de tacón pisando con fuerza la madera del escenario alertaron a todos los espectadores, que cubrieron a la chica de aplausos. Durante un instante, el tiempo se detuvo. Veía la felicidad radiante de cientos de personas. Un Gran Salón lleno de grandes artistas y grandes obras que representar. Músicos respetados. Lujos. Belleza en su estado puro.

La embargó la felicidad. Resistió la tentación de liberar dos o tres lágrimas y ocupó su sitio frente al piano. El público se quedó en silencio, expectante. Sólo el escenario quedó iluminado, y en él, la figura de una bella joven a punto de tocar una bella melodía. Matildè respiró hondo y apoyó los dedos sobre las teclas del piano. Miles de ojos seguían cada uno de sus movimientos.

Los suyos se fijaban en su "obra maestra". La variante de Death's Lullaby cada vez le parecía más hermosa. Era el sueño cumplido de cualquier músico que se respetara. Sin más preámbulos, comenzó a reproducirla, nota por nota. La sinfonía provocó suspiros de asombro en el principio. La gente se hallaba maravillada con el esplendor de la composición.

Cada nota traía a Matildè un recuerdo distinto. Como si estuviera muriendo, los momentos esenciales de su vida comenzaron a pasar frente a sus ojos. Los últimos, ella y Fleurie, juntas, afrontando los problemas de sus fechorías. Pero eso no importaba. Matildè era feliz. Inmensamente feliz... Y luego, se dio cuenta. Despertó de su trance. Porque en realidad, sí estaba muriendo.

¿Qué pasó con el público que aplaudía su presencia y actuación? ¿Qué hacía frente a ella un gigantesco patio de butacas lleno de cuerpos sin vida, gente gritando por ella y muertos de los cuáles ya se había esfumado? No quedaba ni un ápice de lo que hubo allí apenas unos segundos atrás. Cadáveres en descomposición. Personas retorciéndose de dolor. Gritos. Llantos. Lloros.

Matildè observó a su alrededor. Algunos de sus compañeros caían al suelo, incapaces de controlar sus espasmos de dolor. Otros se mataban entre ellos. Vio como poco a poco, el Gran Salón se convirtió en una Gran Matanza. Y supo inmediatamente por qué. Pero ya era demasiado tarde. No podía parar de tocar una sinfonía que por cada nota más acrecentaba su belleza, aunque sus dedos estuvieran sangrando y la piel de éstos quedándose pegada a las teclas del piano. 

La joven miró la partitura. Confirmó sus dudas. No estaba tocando la variante de Death's Lullaby, no estaba tocando la obra que ella misma modificó. Había vuelto a cambiar, a su estado original. Ahora Death's Lullaby era su obra maestra. Y la estaba representando frente a cientos de personas, músicos famosos, sus compañeros y sus profesores. Y frente a ella misma.

Death's Lullaby era incesante. Incansable. No pararía hasta haber arrebatado la última vida. Este honor se le fue concedido a Matildè. Durante unos minutos vio toda su vida pasar frente a sus ojos. Durante otros, vio la vida de los demás desvanecerse frente a ellos. Durante unos últimos minutos, Matildè perdió la suya. Y Death's Lullaby no perdió sus costumbres.

Death's Lullaby se los llevó en silencio.

Se cierra el telón.
Se apaga la vela.
¿Y la melodía?
Ya nunca más suena.

Death's Lullaby (Novela Histórica de Misterio & Suspense)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora