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Cuando estábamos por llegar pedí a Adam que nos saquemos una foto con mi celular

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Cuando estábamos por llegar pedí a Adam que nos saquemos una foto con mi celular.
Era increíble ver nuestros rostros, ahora con veintiocho años.

Cuánto habíamos cambiado en esta última década sin vernos.

Nos veíamos tan bien juntos. En nuestra forma de mirarnos parecía que el tiempo nunca había pasado desde esa noche en la que hicimos el amor.

Tenerlo a mi lado me hacía sentir un agradable calor en mi interior. Me sentía en paz, feliz. Con el no estaba estresada o nerviosa.

Llegamos a la casa y su madre estaba esperándonos afuera.

La entiendo, pobre mujer, no ha visto a su único hijo en muchos años. Probablemente sea difícil para ella, pasar por todo esto sola.

Me regañé a mi misma mentalmente por no haber venido antes a ayudarla. Su madre es como la tía que nunca tuve. La quiero muchísimo y ella a mi.
Si Adam no fuera cura, probablemente nuestras madres nos hubieran casado hace años. Ellas siempre quisieron vernos juntos.

—Oh hijo—dijo, lanzándose sobre el, emocionada. Sus lágrimas caían sin cesar por sus mejillas.

Me emocioné al verlos abrazados.
Disimuladamente limpié mis lágrimas.

—Gracias hija, por ir a buscarlo. Te hemos extrañado por aquí. Tu madre está aquí—anunció, sonriendo.

Lo sabía, mi madre no se perdería la llegada de Adam. Además, ella sabía que yo vendría. De todos modos mi casa estaba al lado. Pensaba pasar a saludar a mis padres.

Adam tomó mi mano con fuerza al entrar y mi corazón se sobresaltó de inmediato.

—María, tu también estas aquí. Es bueno verte—dijo el, acercándose a mi madre, que lo observaba con lágrimas en sus ojos.

—Como has cambiado hijo, te ves muy guapo.

Oh mamá.

Mi madre y Sara se dirigían a nosotros como sus hijos.
Menos mal que no somos hermanos o ya tendría mi ingreso al infierno asegurado.
Me sonrojé ante los recuerdos que vinieron a mi mente.

Adam se dirigió a la habitación de sus padres, donde Juan, su padre, dormía. Por obvias razones estaba haciendo reposo.
Por lo que Sara me comentó la quimio estaba dando resultado pero lo dejaba completamente agotado.

Ella se lamentó por no haberme contado por teléfono semejante asunto. Pero no tenía porque disculparse. Yo debería haberlos visitado.
Lo que ellos no saben es que mi vida no ha sido fácil este último tiempo.

Besé a Juan en la frente, mientras conversaba con Adam. Nuestras madres tomaban un té en la cocina.

—Julia, cada día más hermosa ¿Cómo has estado?

—Muy bien Juan, los he extrañado. Perdón por no haber venido últimamente.

—No te disculpes niña. Hoy me has traído el regalo más bello—anunció dedicándole una dulce sonrisa a su hijo, quien tomaba su mano con fuerza.

—Los dejo solos, deben tener mucho que hablar.
Los hombres Martínez me dedicaron una sonrisa y salí de la habitación.

Pregunté a mi madre por mi papá, que al parecer no estaba en casa.
Supe que había ido de compras.
Esta noche cenariamos todos juntos.
Se sentía agradable estar todos unidos otra vez. Ellos eran mi familia también.
Y con Adam en Buenos Aires, no podía estar más feliz.

Una llamada de Lucas sonó en mi celular y me dirigí hacia el patio trasero de los Martínez para hablar tranquila.

—Yo también te amo, me quedaré donde mis padres esta noche ¿Sabes? Te echo de menos.  Que duermas bien amor.

Y de esa manera corté la comunicación. Me quedé unos segundos mirando las estrellas.

Estar en ese patio me traía muchos recuerdos. Cerré los ojos y sonreí. Pensando en todas esas veces que Adam y yo nos pasamos la noche entera conversado aquí, recostados en el césped, mirando las estrellas.

—Tu también lo recuerdas ¿verdad? Todo me trae recuerdos aquí.

No se cuanto tiempo estuvo ahí, pero al parecer me observaba desde hace unos minutos.

—Es imposible no recordar todo lo hermoso que vivimos juntos. No puedo evitar sonreír al pensar en ello. Era tan feliz contigo aquí.

—¿Eras? ¿Acaso no lo eres ahora?

—Claro que lo soy. Pero cuando éramos más chicos, los problemas no existían. Todo era más sencillo—admití, sintiéndome apenada, por un momento.

—Tu rostro a la luz de la luna es digno de un cuadro. Ojalá tuviera el don que tienes tu para pintar. Para plasmar tu hermoso rostro en una obra de arte.

Me sonrojé de inmediato ante sus palabras.
El ponía mi mundo de cabeza con tan sólo abrir la boca.
¿Cómo era eso posible?

Alzó su mano para enseñarme una manta, la pusimos sobre el suelo y nos recostamos, como en los viejos tiempos.

Conversamos toda la noche, hasta que el sol amenazó con asomar.
Me contó acerca de la universidad, el seminario y todas las cosas que había hecho en España. Yo le conté acerca de mi aburrida vida aquí.
De la universidad, del día en que conocí a Lucas y como me propuso matrimonio.

Nos despedimos en el jardín, para dirigirnos cada uno a casa de sus padres para dormir un poco. Antes de irse el volvió a hablar.

—Pensar que de niño siempre te imaginé como mi esposa—confesó, negando con la cabeza.

Yo me quedé boquiabierta ante su Confesión y no pude emitir palabra.

—Que duermas bien Jul—dijo, antes de cerrar la puerta de su casa.

Me fui a dormir a mi casa con una tonta sonrisa dibujada en mi rostro.
El efecto Adam.

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