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Esa noche no pude dormir

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Esa noche no pude dormir. La culpa me comía por dentro. Había querido besar a Adam incontables veces desde que el estaba aquí. Mis sentimientos por el habían despertado y estaba tan confundida ahora que por un momento pensé en cancelar la boda.
Pero no sería justo para Lucas.
El había estado conmigo en todo momento, a pesar de sus grandes ausencias, en los momentos difíciles fue el quien estuvo conmigo, no Adam.
Adam, aunque me pese, decidió dejarme, y al tenerlo aquí, comprobé que el no cambiará su decisión. El no dejaría todo por mi.
Probablemente el no sienta nada por mi y yo aquí rompiéndome el cerebro por el.

Ese día al bajar, me detuve a ver mi reflejo en el espejo. Mis ojeras eran enormes y me veía fatal. Decidí ducharme para arreglar mi aspecto pero no funcionó.

Llamé  a Lucas para que venga a casa de mis padres, pero como era de esperarse tiene mucho trabajo.

Mi madre estaba en la cocina tomando un té.

—Julia, no te ves nada bien hija.

—No dormí bien, es todo.

—Hija a mi no me engañas ¿Es por Adam?

Asentí. Dando un largo suspiro se frustración.

—Creo que nunca dejaré de amarlo—afirmé, limpiando una lágrima que caía por mi mejilla.

—Deberías hablar con el. Decirle la verdad hija.

—No puedo mamá. No se si estoy preparada para que me rechace y la culpa esta matándome. No soy justa con Lucas, debería estar ocupada con la boda y no llorando por Adam. Esto está mal.

Ella se acercó a mi y me abrazó.
Luego me hizo un té y se fué  a casa de Adam. Yo iría luego. Necesitaba estar un rato a solas.

Luego de un rato la puerta se abrió y creí que era ella o mi padre.

Era Adam.

—Julia, te esperaba en casa. Mis padres se preguntaron porque no fuiste.

—Lo siento Adam, no me siento muy bien hoy.

—No te ves muy bien ¿estas enferma?

—Sólo no dormí bien, es todo.

—Me gustaría que me acompañes a un lugar hoy ¿puedes?

—Claro que si. Déjame que tome un abrigo y mi cartera y nos vamos.
El asintió, sonriendo ampliamente.

A estas alturas hasta mirarlo dolía.
Era la representación humana de todo lo que no podía tener.
De mi felicidad arrebatada.

Luego de manejar por una hora aproximadamente el me indicó que me detenga.

Estábamos frente a un hogar de niños.

El padre Jorge estaba esperándonos.

—Julia, cuanto tiempo sin verte niña.

—Hola padre.

—Me alegra que hayan venido. Hoy hacemos una misa con los niños. Será agradable tenerlos aquí.

La misa comenzó y los niños comenzaron a acomodarse en los bancos de la iglesia.
Adam sonreía ampliamente y los saludaba.

Me emocioné al escuchar a esos niños recitando plegarias, y cantándole a dios con sus dulces voces.
Adam los bendijo uno por uno. Los niños le sonreían, le daban la mano, lo abrazaban y con algunos chocaba los cinco.

Sus ojos brillaban al estar con ellos. Este era su lugar. Esta era su vocación, su vida.

Mientras lo miraba jugando con los niños, me di cuenta de mi error.
No puedo alejarlo de lo que el es.
No puedo hacerlo elegir.
Sus ojos jamás me mirarían de esa manera.
Mis pensamientos hicieron que mi corazón doliera y lágrimas comenzaron a caer.
El padre Jorge me miraba fijamente, como si hubiera leído mi mente.

El aire se volvía reducido y me costaba respirar, sudaba y mi corazón golpeaba enfurecido. Necesitaba salir de allí de inmediato.
Comencé a correr hacia la salida y me detuve al sentir el aire fresco en mi rostro.

Me subí al auto y me largué a llorar desconsoladamente contra el volante.
No se cuantos minutos me quedé así.
De repente la puerta del coche se abrió y Adam entró. Se veía preocupado y estaba agitado. Probablemente corrió hacia el coche.

—¿Julia que ha pasado? ¿Por qué lloras? Háblame por favor.

—Lo siento Adam. No puedo hacer esto.

—¿Qué sucede Julia?

—Adam, estoy enamorada de ti. Siempre lo estuve y siempre lo estaré. Tu presencia aquí me lo recuerda en todo momento y saber que nunca voy a tenerte a mi lado duele, duele más de lo que mi cuerpo puede soportar. No soy justa contigo, no estoy siendo justa con Lucas. Mi cabeza es un lío ahora ¿sabes?

El comenzó a limpiar mis lágrimas con sus dedos y me besó la frente con fuerza.
Luego me miró a los ojos y miró mis labios.

Cerré los ojos y las lágrimas volvieron a caer. Hasta que lo sentí.
El unió sus labios con los míos, sin soltar mi rostro.
Me besó dulcemente como si yo fuera algo frágil y delicado.

—No eres la única que lucha con sus sentimientos Jul.

Yo lo miraba sorprendida y sonrojada. Deleitándome con la sensación que aquel beso había dejado en mi, sin darme cuenta que lo que acababa de decir eran más que palabras. El luchaba tanto como yo, contra el impulso prohibido de querer amarnos.

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