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Desperté en mi vieja habitación a causa del delicioso olor de las galletas que mi madre solía hornear cuando éramos pequeños

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Desperté en mi vieja habitación a causa del delicioso olor de las galletas que mi madre solía hornear cuando éramos pequeños.
Son las favoritas de Adam.

Todo en este lugar me hacía sentir nostálgica, no sólo el aroma de las delicias de mi dulce madre, sino también todas esas fotos de mi mejor amigo y yo de pequeños.
Desde el primer día, hasta el último. Nuestra amistad y el paso de los años estaban plasmados allí. En las paredes de mi cuarto. Nuestros mejores recuerdos,todos en una sola habitación.

Aunque los mejores momentos no pueden ser fotografiados. Mis mejores momentos con Adam, solo existían en nuestra memoria y muchos de ellos, eran secretos, que guardariamos para siempre.

Mientras recogía mi cabello en una coleta, me detuve a mirar mi primer dibujo de el. Éramos nosotros dos tomados de la mano. No era una obra de arte digna de un museo, ya que lo había hecho a los ocho años. Pero si que era invaluable para mi. Lo tomé y guardé en mi cartera. No sin antes juntarlo a mi corazón y suspirar cual adolescente enamorada.

Mi mejor amigo despertaba nuevos sentimientos en mi.
Ante la culpa,llame a mi novio-prometido.
Insistí en que venga al menos a conocer a Adam, pero se excusó diciendo que tenía mucho trabajo y que nos esperaba en casa al atardecer.
Me molesté por unos minutos pero finalmente accedí. Quería que Adam conozca mi hogar y por supuesto, a mi futuro marido.

Al bajar a desayunar me quedé unos momentos contemplando a mis padres, sin que ellos me vean.

Mi padre, mejor conocido como Pablo, intentó tomar una galleta y mi madre lo regañó, como a un niño pequeño. Tapé mi boca para que no puedan oír mi risa y me recordé a mi misma cuanto extrañaba a mi familia. Cuanto extrañaba mi infancia, mi adolescencia.
Quité esos tristes pensamientos de mi mente y me uní a ellos en el desayuno.
Las galletas eran para Adam, claro.

Los Martínez nos esperaban. Se los veía tan felices con el aquí.

¿Por qué no vivía aquí?
¿Por qué me era tan difícil aceptar su elección?
Verlo me hacía muy feliz, pero su presencia también me recordaba todo aquello que me fué arrebatado el día que se marchó. El recuerdo de como todos mis sueños se hicieron pedazos y se marcharon con el.

Nos abrazamos tan fuerte al vernos que casi me quedé sin aire. Nuevamente recosté mi rostro en su pecho.
Escuchar sus latidos siempre fué mi melodía favorita.

Siempre que estaba triste, el me abrazaba y me colocaba en su pecho, para poder acariciar mi cabello y besarme en la cabeza.

Me sentí sonrojar, y me alejé de inmediato de sus brazos. Ver esa maldita tira blanca en su cuello, me revolvía el estómago.

Me recordaba que su presencia era algo prestado, que en dos meses debía devolver. Y tal vez despedir, para siempre.

El almuerzo fué sumamente agradable. Nos reímos junto a nuestros padres al recordar las veces que Adam y yo metimos la pata de niños y como nos cubriamos mutuamente.

Todo fué maravilloso. Hasta que cierto tema de conversación surgió.
Desde el aborto me era difícil tocar el tema hijos sin derramar una lágrima. Pero tuve que contenerlas cuando los Smith padres me preguntaron cuando llegaría el momento.

—Ya llegará el momento—no he pensado en eso, aún—mentí.

Adam me miraba fijamente.
El supo que mentía.
Pero hablaríamos de eso, llegado el momento.

—Ay hijo, lo que te has perdido—dijo Sara, dándome una vuelta.

Mi madre y la señora Martínez son expertas en hacer comentarios fuera de lugar.
Mis mejillas ardían como el infierno.

—Lo sé mamá, es una mujer maravillosa. Lucas es el hombre más afortunado del mundo—afirmó, dedicándome una sonrisa y mi corazón latió, latió como nunca antes.

Llegó el momento de irnos y despedir a nuestros padres. Adam vendría a casa unos días, para poder compartir tiempo juntos. A solas.

Fui a su habitación para avisarle de nuestra partida y lo encontré finalizando una plegaria, arrodillado, junto a su cama.
Luego tomó su rostro entre sus manos y negó con la cabeza.

—Perdóname señor. Debes sacar esos pensamientos de tu cabeza Adam—se dijo a si mismo.

Me sentí incómoda al escuchar algo que no debería, así que aclaré mi voz para que sepa de mi presencia.

El se giró y clavó sus dulces ojos en mi.

—Debemos irnos.

—Esta bien.

Unos minutos más tarde emprendimos el camino a casa.

Como era de esperarse, Lucas no estaba en casa cuando llegamos. Y no lo haría hasta más tarde. Por lo que me puse a preparar la cena con la ayuda de mi querido amigo.

—Tu casa es preciosa, Julia.

Mi casa es agradable. No es muy grande pero esta bien para nosotros. Adam dormiría en el cuarto que tenemos para huéspedes. Que esta pegado a mi habitación.
Si las cosas no hubieran salido mal. Hoy sería el cuarto de mi pequeño bebé.

Mientras cocinaba sentí su cuerpo acercarse al mío y abrazarme por detrás.
Para el no sería más que un abrazo.
Pero mi cuerpo respondía ante el contacto. Sentía el calor crecer en mi interior, y la culpa debido a las ganas de voltearme y besarlo.

Me giré lentamente y clavé mis ojos en los suyos. No pude evitar bajar la mirada y observar sus carnosos labios.
Mi respiración comenzó a entrecortarse, quería besarlo ahí mismo.

Esto no puede estar pasándome.
Recordé las palabras de mi madre.

Controla tus hormonas, ahora es
cura.

Oh dios.
Ya me gané un lugar en el infierno.
Estoy deseando a un sacerdote, y estoy a punto de casarme.

El clavó su mirada en mis labios y supe que estaba perdida.

Cerré los ojos un momento, y justo cuando pude inhalar su aire. El ruido de una llave en la cerradura me despertó de mi trance.
Me separé de el de inmediato.

Adam tenía la mirada clavada en el suelo, y en su rostro había una expresión indescifrable. Pero ciertamente no se veía feliz.

—Mi amor has llegado—saludé.

—Hola, al fin puedo conocerte Adam —dijo mirándonos a los dos, sospechoso.

Luego sonrió, como regañandose a si mismo y supe que sus dudas habían sido aclaradas. Seguramente por el hecho de Adam es cura.

Ojalá eso me funcionará a mi.
Maldición, me iré al infierno.

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