Capítulo 8

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VIII




Verner tuvo que hacer auténticos esfuerzos para llegar por su propio pie a la sala de control. Perry no había mentido en lo de los dos disparos. Tal y como Gala había asegurado, sus primos eran expertos en primeros auxilios. No obstante, a pesar de las curas, la gravedad de las heridas era tal que el praetor necesitaba asistencia médica inmediata. Afortunadamente para él, Kriegger había pasado suficientes horas junto a la Doctora Ever como para conocer el tratamiento a seguir.

Los hermanos Valdis aprovecharon el rato de curas para encerrar a los primos Vargas en la celda. Gala estuvo a punto de acabar con ellos, pero gracias al apoyo de un Elledan convencido de que ella no había sabido nada del plan de sus primos, se limitaron a atarla y amordazarla.

Más adelante, cuando se fueran de la ciudad, darían el aviso sobre el encierro de sus primos.

Pero eso sería mucho más adelante.

Una vez libres de la desagradable presencia de los timadores, los supervivientes del 9 y Verner se acomodaron en las sillas de la sala de control. A su alrededor las máquinas no cesaban de emitir estridentes pitidos, pero no parecía molestarles. Gala, mientras tanto, desterrada en uno de los rincones, forcejeaba y mordisqueaba la mordaza con histerismo.

—¿Qué ha pasado, Verner? —preguntó Kriegger mientras daba por finalizado el trabajo médico vendando las heridas con las gasas sacadas del botiquín de los Vargas—. ¿Cómo ha acabado aquí?

Aunque le hubiese gustado poder explayarse, pues Verner no acostumbraba a ser un hombre de pocas palabras, y mucho menos en aquel tipo de situaciones, tal era el dolor que padecía que se vio obligado a resumir los acontecimientos.

—Mi primer objetivo no estaba demasiado lejos de la zona de aterrizaje —explicó, con la voz tomada por el agotamiento—. Nos dividimos y nos pusimos en camino. Tardamos una hora en llegar a nuestro objetivo. En apariencia, era un lugar tranquilo. Nadie nos estaba esperando, tal y como era de esperar, así que empezamos a trabajar. Teníamos que investigar las ruinas de una ciudad destruida por un incendio; un lugar algo tétrico y silencioso... y el teoría abandonado. Lamentablemente, me equivoqué. Dejamos la mayor parte de las armas en los vehículos para poder movernos con más libertad, y nos pusimos manos a la obra. —Verner cerró los ojos, ayudando así a que su mente viajase a lo ocurrido—. Para serle sincero, no entendía muy bien el motivo de aquella investigación, pues todo se resumía en lo que realmente había sido: un incendio. Sin embargo, incluso así, intenté hacerlo lo mejor posible. Buscamos pruebas, seguimos rastros, analizamos indicios... pero no encontramos nada.

—¿Qué pasó entonces?

—Estaban a punto de cumplirse las veintitrés horas de trabajo cuando los radares captaron la llegada de un vehículo procedente del este. Supuse que se trataría de algún grupo de los míos. Para mi sorpresa, al contactar por radio con ellos descubrí que era la propia parente Arianne Razor la que venía de camino. Al parecer, estaba interesada en hablar conmigo personalmente.

Teniendo en cuenta las circunstancias, Kriegger no se sorprendió. Conocía lo suficiente a Verner como para saber que no era una persona a la que fuese fácil engañar, y mucho menos vencer. La parente debía haberle mentido.

Deseoso de poder moverse por la sala y quizás así tranquilizar su conciencia, Verner trató de levantarse, pero ni tan siquiera logró apoyar el pie en el suelo sin que las vendas se empaparan de sangre. Tardaría una temporada en recuperarse.

Alertado por la visión de la sangre, Elledan se apresuró a ayudarle a que tomase asiento. A lo largo de su vida había sufrido heridas demasiado parecidas a aquella como para no temer por su salud. Sin embargo, el praetor no aceptó su ayuda. Al contrario: lejos de sentarse, siguió avanzando hasta la vidriera, lugar al que Elledan le acompañó desobedeciendo su petición de que tomase asiento de nuevo.

Sujeto 5.555Donde viven las historias. Descúbrelo ahora