Capítulo 10

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Userngard era un lugar triste.

A lo largo de toda su carrera, Kriegger había visitado muchos lugares, pero jamás ninguno le resultó tan melancólico como las ruinas ennegrecidas de la ciudad de Userngard. Las viviendas abandonadas de las afueras habían sido sepultadas por la nieve y la maleza, al igual que las fábricas a medio abolir. Las grandes avenidas antes llenas de negocios ahora eran calles vacías en las que el hielo se acumulaba en aceras agrietadas por las explosiones, y tejados destrozados a los que el paso del tiempo habían convertido en poco más que maderos partidos y losas de cerámica maltrechas. Los pocos muros que aún se mantenían en pie estaban llenos de nieve, hielo y pintadas. En algunos el fuego apenas había dejado lugar para gamberradas, pero los pocos que se mantenían mínimamente limpios mostraban el dolor de la gente a través de peticiones de socorro y críticas inscritas en tinta fluorescente. Los arcos se habían venido abajo y las estatuas habían sido decapitadas. Las fuentes estaban congeladas y los cristales rotos. El asfalto desquebrajado, los parques abrasados...

Userngard estaba herido de muerte.

Los informes hablaban de la existencia de gente, pero Kriegger se negaba a creerlo. A su alrededor solo había un mundo roto y desangrado hasta morir en el que nadie podía vivir.

Sorprendentemente se equivocaba.

Con Elledan al volante y Verner descansando en la parte trasea, Kriegger aprovechó para estudiar el macabro paisaje que les rodeaba. Algunos de los patios habían perdido las vallas, dejando así a la vista lápidas donde los ciudadanos habían enterrado a sus seres queridos tras haber quedado totalmente saturados los cementerios. Otros, en cambio, simplemente mostraban como la naturaleza había ido creciendo salvajemente hasta colarse a través de puertas y ventanas en el interior de las casas.

Pero aunque las imágenes de los cementerios artesanales resultaban estremecedoras, no era comparable a los mensajes de horror y socorro que había inscritos en las paredes. La mayoría de ellos eran muy antiguos; tenían más de cien años, pero sus palabras eran aún tan claras y concisas que resultaban estremecedor leerlas.




Avanzaron por las calles hasta alcanzar la zona comercial de la ciudad.

—No hay ni rastro de nadie. —Susurró Lucius—. Este lugar está muerto.

—Pero los informes hablaban de población activa, ¿no? —respondió Elledan a su lado, sin apartar la vista del frente—. Puede que estén escondidos en algún lado...

—Quizás nos teman.

Elledan siguió conduciendo en silencio a través del entramado de calles hasta llegar al corazón de la ciudad. Allí el bombardeo no había sido tan intenso. Los edificios habían logrado mantenerse en pie sin grietas, pero al igual que el resto de la ciudad, estaban vacíos.

Kriegger le ordenó que callejeara en busca de algún tipo de centro médico. Elledan bordeó un amplio parque del cual no quedaban más que los recuerdos implícitos en columpios congelados y arenales inundados, y se internó en una calle peatonal adornada con estatuas decapitadas en ambos lados. La mayoría de ellas eran de mujeres de cuerpos muy voluptuosos totalmente desnudos, pero todas habían sido mutiladas del mismo modo: mano derecha, cabeza y pecho izquierdo.

Sujeto 5.555Where stories live. Discover now