Capítulo 13

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XIII

 

La ciudad capital de los Caños, Albia, era un monumento a la austeridad y al patriotismo extremo.

Situada en lo alto de una gran cordillera, Albia se ocultaba tras unas gruesas y altas murallas de piedra grisácea. A simple vista parecía una ciudad cualquiera de edificios achaparrados y calles estrechas, pero lo cierto era que en el interior de aquella fortaleza de piedra se encontraba un auténtico museo en honor al Dios Serpiente de los antiguos colonos.

Atravesar los muros no fue una tarea demasiado complicada. Mientras Morten y Lucius acudían al encuentro del guardia de la entrada para negociar el acceso a la ciudad, Elledan aprovechó para echar un rápido vistazo más allá de las murallas. Tal y como decían las leyendas del lugar, la noche perpetua de Démeter había convertido a aquella ciudad en un triste escenario de piedra donde tan solo el susurro del viento parecía tener cabida. Los edificios estaban muy juntos, separados únicamente por estrechas calles de poco más de dos metros de amplitud, y sus fachadas eran tan severas e insulsas que incluso parecían estar abandonadas.

Temerosos de que se pudiese iniciar algún tipo de disputa no deseada, Kriegger y Ravenblut aceptaron gustosamente la invitación de parlamento por parte del guardia. Hasta entonces no habían tenido demasiados problemas para irse moviendo de un lado a otro por lo que aquel repentino inconveniente les enervó más de lo esperado. Se acercaron cautelosos al puesto de vigilancia, y una vez bajo el toldo de este, aguardaron a que el centinela contactase a través de la radio interna con su superior.

Unos minutos después, procedente del laberinto de calles que se abría más allá de las murallas, surgió una figura de estatura media y ancha de espaldas. Cubría su rostro con un casco de color amarillo caqui y su fornido cuerpo con un uniforme del mismo color totalmente desconocido para ellos.

No obstante, la acusada cojera le delataba.

El hombre avanzó trabajosamente hasta el puesto de control antes de detenerse ante ellos. Intercambió un par de palabras con su subalterno, y tras un breve debatir, se quitó el casco, dejando a la vista un rostro de rasgos cuadrados enmarcado por una gruesa mata de pelo negro.  

—Bienvenidos a casa, muchachos —dijo cordialmente—. Os esperaba.

Kenneth Birgman, el captain de Erich Imya, y el resto de sus hombres, casi sesenta supervivientes, habían logrado llegar hasta la ciudad de Albia días atrás. Todos ellos se habían visto envueltos en varios combates antes de su llegada, pero el potencial militar que acusaban había impedido que pudiesen llegar a ser derrotados. Todos y cada uno de ellos habían librado sus propias batallas en solitario o por grupos, y siguiendo las órdenes mudas de su superior marcadas a través de las horas de transmisión vía radio, se habían retirado hacia Albia. A partir de entonces, ya de nuevo unidos y seguros tras las gruesas murallas de la ciudad, se atrincheraron.

Kenneth no descartaba que siguiesen llegando más de los suyos. De los ciento veinticinco miembros de su compañía sabía que al menos diez de ellos habían sido apresados y llevados a la capital, pero la situación del resto era un auténtico misterio. Algunos habrían caído seguramente, posibilidad que Kenneth no contemplaba, pero otros tantos aún estarían en camino, ansiosos por alcanzar al fin un lugar donde resguardarse y curar las heridas.

Sujeto 5.555Where stories live. Discover now