35.

89 14 12
                                    


—¡No te preocupes! —Respondí quitando las manos de la mesera de encima de mí.

Natalie observa a la entrometida Sarah más que a mí.

—¿Y ella quién se supone que es? —Preguntó Natalie.

—Sarah Lynch —respondió la mesera estirando su brazo—. ¿Y usted?

—Natalie Johnson.

—Un placer, señorita.

Natalie se limita únicamente a sonreír y toma asiento donde antes se encontraba la mesera.

Sarah vuelve a acomodar su camisa y saca de nuevo la libreta para las órdenes. Al parecer ahora sí cumplirá su función.

—Quiero algo que tarde —dijo Natalie.

—¿Algo como qué, señorita?

Natalie observa la mesa, parece estar buscando algo.

—¿Ya trajo el menú?

Sarah revisa sus bolsillos y se sonroja fingiendo vergüenza al darse cuenta de que no lo ha traído. Luego niega con la cabeza y acomoda parte de su cabello.

—¡Pues entonces tráelo! —Ordenó Natalie— ¿No es esa tu función?

Reí.

Miré a Sarah fijamente y le guiñé el ojo. Natalie llevaba pintada en su cara una sonrisa bastante sarcástica.

Sarah giró su cuerpo y caminó rápidamente a la cocina buscando la ansiada carta de opciones.

—De verdad lo siento —exclamó Natalie una vez Sarah se hubo alejado.

—No te preocupes —respondí—. No eres tú la que debe disculparse

Sarah llegó al instante, colocó las cartas sobre la mesa y se quedó parada.

—¿No tienes algo más que hacer? —Preguntó Natalie de nuevo.

—Pues creo que debo tomar su orden —respondió Sarah tartamudeando.

—Pues eso será cuando decidamos algo en especial —declaré respondiendo positivamente a los deseos de Natalie de que la mesera se vaya.

Sarah sonrió y, una vez más, dio media vuelta y se fue.

Natalie suspiró aliviada y lo único que pude hacer fue reír ante su tierna expresión de sosiego.

—¿Por qué quieres pedir "algo que tarde"? —Pregunté tratando de romper el silencio.

—Porque no quiero interrupciones.

Concuerdo con eso.

—Nat, yo...

—No digas nada —interrumpió mientras levantaba uno de sus brazos.

Creo que tal vez está molesta.

—Sé lo que vas a decir —continuó—. Vas a soltar ese sentimentalismo y toda esa cursilería, porque eres un experto en eso. Vas a dar rodeos y a utilizar redundancias y pleonasmos para tratar de expresarme lo que sientes y ofrecer excusas por lo que sea que pasó allá arriba. Vas a fingir arrepentimiento. Vas a tratar de engañarme mostrando ese lado humilde que en serio creo que no tienes y finalmente vas a desilusionarte cuando sepas que rechazaré todo eso que dijiste.

—Pero yo...

—Así que si no quieres que pase lo último que mencioné —agregó—, procura tratar de impresionarme.

Cerré la boca. Sentí un clavo en mi corazón y me quedé totalmente mudo.

—Creo que quizás sea imposible hacerlo —expuse.

—¿Qué cosa? —Cuestionó ella.

—Impresionarte —reconocí.

Ella se acercó a mí y, apoyando los codos sobre la mesa, entrelazó los dedos y afincó su cabeza sobre ellos.

—En ese caso, usa lo mejor de ti.

Reí y la miré a los ojos. Estaba muy cerca, así que pude verla con claridad. Pude ver que era muy parecida a mí, y que los recuerdos que más ocultaban su mente serían los mismos que podrían impedir que considerara como "algo sincero" lo que estaba próximo a decirle.

—La verdad es que no soy un artista en asuntos sentimentales —empecé—. No soy experto en ello, ya que es un asunto difícil. Adoro lo difícil. Sin embargo, mi condición y el destino han luchado por hacerme todo fácil, aun en contra de mis deseos por llevar una vida en la que pueda esforzarme como cualquier persona normal. De cualquier forma, no creo que lo fallido de mis esfuerzos sean motivo de mi desilusión; o al menos eso pensé antes de aquel momento, eso llegué a pensar incluso antes de que estuvieses sentada frente a mí. Ahora siento que de nada me sirve aceptar lo fácil y que sinceramente debo reconsiderar todo lo que quiero hacer. Y lo que quiero hacer es sumarme a mis mayores esfuerzos por afrontar un reto difícil y lanzarme a un mar arriesgándome a ahogarme simplemente porque deseo alcanzar a la más bella de las sirenas: tú.

Su rostro atento y serio dejó salir una leve y pequeña sonrisa.

—No quiero perderte —exclamé tratando de concluir—. Sé que he sido un tonto, sé que no estuvo bien lo que hice; pero sé que nada de eso impide que mis deseos por tenerte a mi lado crezcan cada día más.

—¿Es en serio todo eso que dices? —Preguntó sin apartar su mirada de mi rostro.

—Tal vez jamás hablé más en serio.

Se acercó más a mí, tanto que sentí su respiración y el olor de su aliento. Todas mis emociones estaban dentro de mi cabeza sacando carteles como porristas, danzando emocionadas por una sola cosa: un beso.

Todas aquellas ilusiones fueron derrumbadas al sentir un golpe en la mesa que me hizo abrir los ojos nuevamente.

—No es suficiente —dijo enojada—, y tal vez ningún intento que venga de ti podrá serlo.

Se levantó de la mesa y caminó rápidamente hacia la salida, dejándome destruido y boquiabierto.

Estaba dolido. Totalmente destrozado. Quebrado en mil pedazos.

—No me perdones a mí —susurré para mis adentros—. Perdona a mi pasado por querer ser parte de mi presente para interferir con mi futuro.

Me recosté en la silla, que ya empezaba a volverse algo incómoda, y solté un infinitamente largo suspiro. Pasé mis manos por mi cabello tratando de terminar de entender qué era lo que acababa de pasar.

"Soy un estúpido", pienso.

Sarah camina un poco por el lugar atendiendo clientes cuando enfoca su mirada hacia mí. Toma la orden de uno de los comensales que estaban en la mesa que estaba a mi izquierda mientras uno de los jóvenes que se encontraban allí sentados tomaba unas cuantas fotos de mí. Me molestaba, pero no quería hablar ni hacer nada en ese momento.

Siento que se acerca a mí y, cuando finalmente lo hace, pone una de sus manos sobre mi hombro derecho.

—¿Pasa algo, señor White? —Preguntó.

—Demasiado, Señorita Lynch.

Luego de esto se sienta de nuevo en el mismo asiento donde Natalie se encontraba.

—Creo que ahora sí necesito "hacer algo" —dije sin poder levantar el rostro.

Estiró una de sus manos y tomó una de las mías y me mira fijamente.

—Hagamos algo, entonces —dice sonriendo—. Ordena algo, esta vez yo invito.

Reí.

Ella se levantó de la mesa y sacó la pequeña libreta de su bolsillo trasero.

—Entonces, ¿qué va a comer, Nathan? —indagó con el mejor humor.

Levanté la cabeza.

—A ti —respondí con decisión.

Mi espejo y yo [Terminada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora