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Desperté sin ninguna clase de ánimo y, con una irónica curiosidad, sin haber tenido sueño alguno la noche que pasó. 

Era domingo, así que no me interesó el poner una alarma que me despertara. No tengo que ir a iglesia o planes para la mañana; solo tengo que despertar, esperar a mis padres y... ¡ah, sí! Tengo que sacar de mi casa a una camarera rubia (o contratarla, si me da la gana).

Cuando abro los ojos, logro notar que dormimos toda la noche en el suelo de la mansión. Creo que eso explica por qué sentía tanto frío en mi espalda durante la madrugada. Sarah ya se ha despertado y, por lo que veo, muy seguramente está caminando desnuda por ahí ya que su ropa sigue tirada por un rincón de la sala. Quito las lagañas de mis ojos y trato de ver dónde está sin siquiera ponerme de pie. No la encuentro.

Mi decisión final es levantarme y caminar por toda la gran mansión a ver si logro encontrar alguna señal de ella. Camino por la cocina, el jardín e incluso a mi habitación. Me preocupé cuando fui a este último ya que vi al espejo cubierto con una manta. Surgieron un montón de preguntas en mi cabeza que solo podrían ser respuestas por alguien: mi reflejo.

—¿Te vio? —Pregunté alterado mientras quitaba ese pedazo de tela de encima.

—¿De qué hablas?

—¡No seas imbécil! —Le reproché— ¿Sarah te vio?

—Soy tu reflejo, inútil. Solo tú me puedes ver. Usa la cabeza. Y ve a lavarte los dientes, tienes mal aliento.

Puse mi mano frente a mi boca y solté un suspiro para tratar de corroborar lo que me acababa de decir. Él tenía razón.

—¿Cómo carajos puedes sentir mi aliento si estás del otro lado de un vidrio? —Pregunté confundido.

—Creo que si Sarah se va a asustar si te escucha hablando solo.

—Eso no responde...

—Y te va peor si siente tu horrible aliento —interrumpió—. ¡Ah! y Procura ponerte algo encima.

Cerré la boca y callé frente a él. Le enseñé, de nuevo, el dedo del medio, me vestí y me dirigí al baño. Al llegar, me encontré con la puerta cerrada con seguro. Toqué unas tres veces y una voz que apenas podía reconocer me respondió.

—¿Quién es? —Preguntó Sarah desde adentro.

—Sarah, respóndeme una pregunta —dije algo molesto—: ¿Qué es más impertinente? ¿el hecho de que hayas entrado a mi baño sin haberme dicho nada, o la persona que cometió tal acto?

En ese instante escuché el lavamanos abrirse sin haber obtenido ninguna respuesta a mi pregunta por parte de quien lo estaba usando. Abrió la puerta con las manos aún húmedas y me miró sonriente.

—Nate, calma. Estaba usando tu baño, no robando las joyas de tu mamá.

—No sé cuál de las dos me preocuparía más.

Su aliento no estaba mal. Eso me preocupó todavía más.

—Dime por favor que no te lavaste los dientes con mi cepillo —exclamé preocupado con una mano en la frente y la mirada baja.

—Ayer jugué con tu lengua —respondió despreocupada—, así que no creo que haya diferencia.

Una gota más y este vaso se colmará; y a nadie le gustaría ver este recipiente por encima del límite. Es un recipiente demasiado pequeño.

—¡No seas asquerosa! —Grité.

—No me grites —respondió—. Deberías usarlo tú. Y deberías hacerlo ahora.

—¿Usar un maldito cepillo que te tocó a ti y a tu puta lengua? —Increpé— ¡Vete a la mierda, Sarah!

Ella estiró su brazo y me dio un golpe fuerte en la mejilla. 

—La verdad es que esa cachetada me dolería más si me la hubiese dado alguien que por lo menos tenga ropa puesta y que siquiera pudiese llegar a caerme bien. 

Repitió la bofetada. Esta vez en la otra mejilla. Yo reí.

—Vete a la mierda, Sarah.

Ella sonrió sarcástica y bajó corriendo la escalera. Yo busqué en el clóset que estaba en el cuarto de mis padres la pequeña puerta en donde guardaba los implementos de aseo personal próximos a usarse, saqué un nuevo cepillo de dientes de esta y fui de nuevo al baño. Sarah al parecer se estaba vistiendo y murmuraba en voz alta acerca de lo estúpido y lo mal hombre que yo podría ser.

Cepillé mis dientes rápidamente y arrojé el cepillo viejo a la basura.

Bajé las escaleras y la encontré vestida, con el cabello algo despeinado y las manos en la cintura dando leves golpes al suelo con su pie. Al parecer esperaba que yo bajara.

—¿Necesitas algo? —pregunté.

—"Hello" —dijo como si todo fuera obvio—. ¿Quién me llevará a casa?

—Entonces... ¿llamo a un taxi?

—Me refería a que tú me llevaras, Nate.

—¿No me escuchaste allá arriba? —dije tratando de hacerla recordar lo que grité hace unos segundos— Vete a la mierda. Vete-a-la-mierda. ¿Sabes qué significa eso? Que solo te quise por una noche, que solo quise lamer tus pezones porque se veían excelentes, que solo quise estar dentro de ti, que solo buscaba algo en qué olvidar mis pensamientos y, ¿sabe qué? No me ayudaste en nada; sigo estresado, sigo con los mismos problemas en mi cabeza y sigo con las mismas ganas de morir. Ahora vete a la mierda y lárgate de mi casa.

Ella tenía los ojos llorosos y al parecer quería llorar, pero antes de que lo hiciera me tomé el trabajo de abrir la puerta y hacerle una señal con los brazos para que saliera. Ella se paró en el marco de la puerta y me miró a los ojos, tratando de mostrarme que presuntamente estaba herida. No me importó, pero le di un beso en la mejilla, obviamente sin ninguna intención de ayudarla a reponerse de ánimo.

Sarah trató de darme un abrazo, pero yo tomé sus muñecas y le negué con la cabeza. Entré a la mansión y cerré la puerta "en su cara". Observé por la mirilla mientras esperaba que se fuera y vi que tardó en tomar una decisión firme. Puse los ojos en blanco y caminé a la cocina bastante hambriento para preparar mi desayuno.

Mi espejo y yo [Terminada]Where stories live. Discover now