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—¿Sabes? —dije tratando de romper el hielo— Parecías más entusiasmada la vez pasada.

Abrió la boca fingiendo sorpresa y puso las manos sobre su cabeza.

—¡No me digas! —Ironizó— Tal vez porque aquella vez no tenías que corregir ninguna clase de error. Tal vez esta vez sí tengas que hacerlo.

—Sí. Lo sé. Tengo que hacerlo. Es importante para mí, y supongo que también para ti.

—Lo es, Nate. Por favor no lo arruines ahora.

Fijó sus ojos en los míos, mostrando una especie de súplica bien enmascarada de rabia, enojo y cierto resentimiento.

Se agarró de la barandilla, algo que no hizo aquella primera vez, y movió su cabeza lado a lado. Apreciaba el paisaje y se deslumbraba al ver que el ambiente, la brisa y el sol lograban una combinación impresionante; algo que no llegaba a suceder durante aquel atardecer. Esta escena no es la mejor para mí, pero lograba ser de suma admiración para ella. 

El silencio quería mostrarse como factor importante, pero no resultaba ser más que el antagonista. Estaba pensando, en medio de toda aquella cursileria extraña, tratar de tomar una de sus nalgas; pensamiento que no duró dentro de mi cabeza mucho más de tres segundos.

—Natalie, yo...

—¿Vas a disculparte, Nate? —Preguntó sin siquiera observarme— ¿Lo harás en serio? ¿Lo harás con sinceridad? ¿Podrás traicionarte a ti mismo por enorgullecerme? 

—Podré hacer cualquier cosa para no perderte.

Su cabeza ganó la lucha contra sus emociones y decidió quedarse en el punto en el que se encontraba. No se atrevía a mirarme.

—Estoy arrepentido —comencé—. Estoy, aun así, deseoso de ver tu sonrisa otra vez; y no solo eso, quiero ser yo el motivo de ella. Quiero pedirte perdón después de aquello que pasó, que, aunque visto por mí como una pequeñez, fue algo importante para ti, y no importante para bien. 

—Continúa.

—Nate —dijo mi mamá al entrar—, ¿quieren limo...

—¡Ahora no, mamá! —Grité interrumpiéndola.

—¡Ay, pero qué maleducado!

Dejó los dos vasos de limonada en un pequeño escritorio cerca a la entrada y salió.

—Perdón por eso —le supliqué a Natalie.

—No te preocupes —respondió—. Estoy de acuerdo con tu madre.

—Soy un maleducado, ¿cierto?

—Me alegra que lo notes.

—¿Por qué?

—Porque podrás cambiarlo.

—¿Cambiar? ¿Yo? —Levanté la voz— ¿Te diste cuenta de que fue mi madre la que entró sin que nadie la llamara?

—¿Te diste cuenta de la forma en que le respondiste?

—¡Sí! ¿Y qué? Ella solo...

"We, we don't have to worry about nothing"...

El sonido del tono de timbre del teléfono de Natalie me interrumpió. 

—¿Hola? —Dijo contestando— ¡Hola, bebé!...

¿Bebé?

—Sí... claro... Cómo crees... Obvio no, osea... ¡Qué gracioso!... Entiendo... Estoy disponible... Te enviaré la dirección en un mensaje... Media hora; si quieres, veinte minutos... Perfecto... Te veo luego... ¡Te amo! Besos... Adiós.

Cuando finalmente colgó, sentí algo dentro que poco a poco hervía y que quería salir. De ese sentimiento permití sacar solo una pregunta:

—¿Quién era?

Sabía que la respuesta podría no gustarme, sin embargo, dejé que pasara.

—Mi novio —contestó Natalie mientras sonreía.

Mi espejo y yo [Terminada]Where stories live. Discover now