Capítulo 6.

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Nova se despertó esa madrugada de domingo, con la cabeza dolida y llena de pensamientos, sin saber realmente cómo sentirse. Se hallaba en la pequeña cama, de su pequeña habitación, en su pequeño departamento.

Llevó una mano hasta debajo de su cama, y tocó el gran bolso deportivo, repleto de dinero; por alguna razón, hacer eso en las mañanas la reconfortaba un poco.

Se levantó de la cama y se frotó los ojos con fuerza. Caminó descalza hasta la habitación de su hermano Gabriel; un tierno niño de apenas siete años de edad, quien yacía recostado en su cama, con los ojos adormecidos y la vista perdida.

—Nova —susurró en la oscuridad, cuando vio la fina y femenina silueta entrar por la puerta de su habitación, que siempre permanecía abierta—, ¿eres tú?

—Soy yo, Gabe —ella se arrodilló en el borde de la cama, y acariciando el suave y oscuro cabello del pequeño, apoyó la cabeza junto a la suya.

—¿Les ganaste?

—Sí, Gabriel. Les gané —sonrió Nova, sabiendo a qué se refería, y lo contento que se pondría cuando escuchase lo que tenía para decir—, y podré comparte tus tacos de fútbol y la pelota que tú quieras.

La chica vio la sonrisa de su hermano aún en la oscuridad, y enseguida ésta se le contagió, ocasionando una intensa conexión entre ambos por unos instantes.

—¿Mami está bien? —pregunta al pequeño Gabriel, quien se había quedado toda la noche con su madre mientras Nova salía a trabajar.

El jovencito se encogió de hombros como pudo —pues se encontraba acurrucado en su cama—.

—No lo sé —dijo entonces.

Una vez que volvió a arropar a su hermano con la manta, le susurró unas cuantas palabras para calmarlo y le dio un beso en la frente para que éste siguiese durmiendo. Salió de la habitación, como siempre, dejando la puerta abierta.

Caminó hasta el cuarto de la mujer mayor, con el corazón tembloroso y los ojos cansados. Siempre le costaba un mundo ver a su madre; siempre le dolía un universo ver a su madre. Empujó la puerta de madera blanca con una mano, y suspiró a la vez que se adentraba en ella; la escasa luz de la ventana alumbraba el flaco y huesudo cuerpo de la mujer que le dio la vida.

Yacía sobre la cama, inerte, inmóvil, a pesar de no estar dormida. Ya casi nunca dormía.

Parecía incluso muerta.

Lo estaba desde hacía mucho tiempo; la enfermedad la consumía poco a poco, pero la mujer se daba a sí misma por perdida. No obstante, Nova y el pequeño Gabriel no se rendirían con la persona que les obsequió todo lo que pudo darles, su propio ser incluido.

La habitación estaba llena de aparatos médicos por todos lados; Nova no deseaba arriesgarse a dejarla en un hospital a morir sola, prefería que estuviese en casa. Se sentó en la silla junto a la vieja cama de madera, y acarició con una mano uno de los brazos de su madre.

—¿Te ha ido bien? —la mujer voltea hacia ella, y le dedica una pequeña sonrisa apenas sentir su tacto.

—¿Cómo te sientes? —pregunta su hija.

—Estoy bien —se limita a decir, negando lentamente con la cabeza, como si lo estuviese diciendo en serio.

—Lo de anoche puedo dividirlo en varias partes —explicó, a pesar de que sabía que su madre no solía seguirle el hilo de las conversaciones referentes al dinero—. Una irá al fondo universitario de Gabriel y a los gastos de sus materiales del colegio. Otra la usaré para comprar tus medicinas, y comida. Y apartaré lo sobrante para... otra cosa.

—¿Cómo qué?

—Es una sorpresa.

—¿Me darías una pista?

—No lo creo, señora Sandra.

—¿Y cuándo pensarás en ti? —susurró Sandra Strauss a su hija; siempre le preguntaba lo mismo.

—Yo estoy bien, mamá —contestó con simpleza, a la vez que tomaba una de sus manos con la suya y le sonreía—. Me hace sentir feliz saber que Gabriel podrá estudiar lo que quiera, y que tú vas a estar como nueva.

—Debes volver a la escuela.

—No lo creo. Eso solo me quita tiempo.

—Debes hacerlo, Nova.

La chica rueda los ojos, poniéndolos en blanco y riéndose de su madre. Había dejado de asistir a la escuela desde hacía un tiempo para poder dedicarse enteramente a ganar el dinero para cuidar de su familia.

—Lo haré. Prometo que lo haré —aseguró la muchacha—. Cuando todo se ponga estable, volveré a la escuela, recuperaré nota, y seguiré estudiando.

—¿Y qué serás cuando seas adulta? —preguntó. Ella sabía perfectamente que su niña aún no se decidía a estudiar alguna carrera. Siempre que le hacía aquella pregunta, casi nunca contestaba.

—No lo sé —se encogió de hombros, y Sandra sonrió—, lo decidiré de aquí a que vuelva a la escuela.

La habitación quedó en completo silencio por un rato. La madre de Nova miraba a través de la ventana —lo que alcanzaba a ver, pues su cama se hallaba a casi metro y medio de distancia de ésta—, mientras su hija no sabía si decir algo más o si dejar a su madre dormir con tranquilidad, por más que supiese que seguramente no conciliaría el sueño.

—Si te viese tu padre —comentó la mujer mayor, suspirando a la vez que recordaba al hombre que más amó en su vida.

—No tendría demasiado de que enorgullecerse.

—Es verdad —murmuró la mujer, en un tono sarcástico, con un bufido de por medio. Luego, volvió a mirar a su hija a los ojos, y sonrió de oreja a oreja, como no lo había hecho en mucho tiempo—, tendría muchísimo más.

Nova sintió ganas de llorar, y volver a tener a su padre.

City Lights | Peter ParkerWhere stories live. Discover now