Capítulo 8.

1.2K 167 26
                                    

—Y la profesora le puso un sobresaliente —contó Peter, tomando una de las patatas fritas para luego llevársela a la boca y pasarle a Sarah la bolsa—, creo que nunca lo vi tan molesto.

—Pero, ¿quién diablos se enoja por un sobresaliente? —se rio la muchacha, negando con la cabeza y meneando sus cabellos de un lado a otro.

—¡Lo sé! —concordó el castaño— ¡Lo mismo pensé yo!

Sarah se encontraba sentada en el grueso y ancho muro de la terraza, con las piernas cruzada en posición de indio, mientras que Peter había tomado prestada una silla plegable un tanto oxidada que siempre permanecía allí, perteneciente a los vecinos del piso de abajo.

Como siempre, la noche estaba presente. La azotea se había vuelto su punto de encuentro todos los días, y allí permanecían, horas y horas, hablando de temas interesantes y cosas sin demasiado sentido.

Peter jamás había creído que hablar con una chica sería tan fácil. Sarah era completamente agradable con él, y éste se había permitido hacía mucho soltarse con ella y dejarse llevar en cada conversación, siendo con ella lo más directo que sus propios secretos le permitían. Se sentía tan a gusto cuando conversaban... le gustaba mucho ese sentimiento de poder hablar con alguien.

El único amigo que el joven poseía en la escuela era su compañero de la infancia, Harry Osborn, quien en realidad resultaba ser un poco complicado la mayor parte del tiempo; Peter siempre le daba su espacio.

—Nunca me has contado de tus amigos —analiza Peter en voz alta, estirando el brazo para tomar otra papita de la bolsa que yacía en las manos de la muchacha.

—Sí lo he hecho.

—Sí, pero me refiero, amigos de verdad. No compañeros de clase —se explicó—, yo tengo muchos, y de ellos solo tengo un amigo.

—Pues yo no tengo ninguno, en realidad —Sarah se encogió de hombros con una ligera sonrisa—, soy una loba solitaria.

Peter se rio con su comentario y negó con la cabeza, comparando la descripción que daba sobre sí misma con lo que realmente demostraba; una loba solitaria no se le habría acercado al pequeño ratón —o la pequeña araña, desde el punto en que lo miremos— con tanto entusiasmo.

—¿Y entonces cómo explicas tu espontánea relación amistosa conmigo? —preguntó Peter, levantando una de sus cejas como si lo estuviese preguntando en serio. Lo que no esperaba, era que Sarah en realidad iba a contestarle.

—Hacía mucho que no podía hablar con nadie que no fuera mi madre, así que creí que hablar contigo era una buena idea.

—Es una de las mejores decisiones que has tomado —agregó el castaño con una sonrisa, dándose cuenta entonces de lo egocéntrico que había sonado, y volviendo a su sumisa y complaciente personalidad—. Es decir... me alegra mucho haberte conocido. Nunca tuve una amiga como tal. Bueno, sí. Solo una. Es de mi escuela... y eso. Pero casi nunca hablo con ella.

—¿Entonces sí tienes una amiga? —ambas cejas de la chica se levantan en su frente con un pequeño tono de impresión.

—¡No! —se apresura a contestar— ¡Es decir! ¡Sí! O sea, no. Sí, es mi amiga. Creo. Pero no hablo con ella casi nunca.

—¿Y cómo sabes que es tu amiga entonces? —posteriormente a decir aquello, lleva a su boca un aperitivo de la bolsa de aluminio que sostenía.

—Porque ha estado ahí cuando la he necesitado.

Sarah asintió con la cabeza, comprendiendo; para ella, los amigos eran aquellos que estaban ahí cuando más te hacen falta, no aquellos que están todo el tiempo contigo y asegurar pensar igual que tú, para que cuando necesites de alguien con quién descargarte, te dejen de lado como un perro callejero. Le había sucedido antes.

Apartó la bolsa de entre sus piernas, devolviéndosela. El silencio se hizo presente, y Peter temió haber dicho algo que no debía. Sarah observó sus manos y jugueteó con sus dedos, distraída, y debatiéndose a sí misma si decir lo que quería decir, o solo guardárselo. Pero lo dijo:

—¿Tú estarías ahí si yo te necesito?

Peter, quien en ese instante estaba masticando lo que se había comido, levantó la vista de la bolsa de grasosas patatas fritas, y la dirigió hacia los ojos de la muchacha. Le tomó unos segundos tragar, pero no porque estuviese pensando una respuesta; ni siquiera tuvo que hacerlo.

—Por supuesto —asintió, hablándole como si fuese lo más obvio del mundo—, ¿por qué lo preguntas?

—No me conoces.

—Claro que te conozco —Peter creyó darse cuenta de a qué se estaba refiriendo Sarah—, no se trata de si te conozco de hace dos meses o hace dos años. Eso es indiferente.

—Para mucha gente no lo es.

—Para mí sí. Es decir, ¡mírame! —se apuntó a sí mismo, soltando una pequeña risa entre sus palabras—. Soy un adolescente de dieciséis años que no ha tenido más de dos amigos en toda su vida, ¿crees que mido los amigos por el tiempo en que los conozco?

—Supongo que no.

—Supones bien.

Nuevamente, el silencio se presenta, como si hubiese estado destinado a aparecer tantas veces aquella noche. Pero ninguno sentía completa incomodidad... excepto Peter, quien como siempre, tenía miedo de decir algo que no debía haber dicho.

—¿Tu tía te dejaría salir alguna vez? —cuestionó la chica, con un tono divertido y cómplice en su forma de hablar—. De noche, me refiero.

—Ella ruega porque salga de casa.

Y Peter se vio venir aquello, pero prefirió solo esperarlo.

—Salgamos —espetó la muchacha, sin tapujos ni trabalenguas. Solo lo dijo—. Vayamos a alguna parte.

—¿Ahora?

—Sí.

—Pero tengo escuela mañana —se excusó el muchacho.

La escuela era un pretexto real, no obstante, ser amigo de Sarah y verse con ella todos los días era una cosa, pero comenzar a salir con ella a otros lugares —al menos para él— era otra completamente diferente; estaba claro que ella no era como las demás chicas, pero por alguna razón, le asustaba ir con ella a otro lado que no fuese la azotea.

—Bueno, entonces otra noche —se apresuró a decir Sarah—, ¿sabes a dónde podemos ir?

—¿A dónde?

—A uno de los edificios de allá. Sé una manera de colarme. Podemos subir a la azotea y ver la ciudad desde el mismísimo centro.

La chica levantó las manos en el aire mientras hablaba, imaginándose completamente la escena y dando a entender la ilusión que le causaba.

—Te va a encantar, he ido mil veces —insistió, cuando vio la duda en los ojos del muchacho.

Peter se lo pensó un poco antes de dar una respuesta clara, pero acabó por recordar lo que su tío Ben solía decirle todo el tiempo, cuando éste aún vivía; «No pienses tanto, sólo hazlo.»

—Está bien —acabó por asentir.

City Lights | Peter ParkerWhere stories live. Discover now