10. Semejante

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«Conocí a este cliente desde su infancia. Siempre había sido un niño muy callado y serio, muy responsable y correcto. En el fondo, siempre supe que algún día él desencadenaría una historia interesante, y sí lo hizo, aunque no de la forma como yo había imaginado. Eso debo reconocerle.

Las historias de amor, para sincerarme, no son mis favoritas. Pero suceden. Siempre suceden. Muchos viven engañados con lo hermoso que puede ser, pero no imaginan el caos que puede producir. O tal vez sí lo hacen. Tal vez todos, muy en el fondo adoran ese caos y lo buscan.

Adivino que este joven tenía este deseo enterrado en él pues tuvo el tino de fijarse en una muchacha que estaba por contraer nupcias. Las invitaciones ya habían sido repartidas, el vestido ya estaba comprado. Y el novio era un buen conocido suyo, de hecho así fue como la conoció, porque fue él quien los presentó.

El asunto no hubiera escalado a mayores si es que la novia no hubiera estado interesada. No me extrañó que lo estuviera, el muchacho era, después de todo, de una buena familia, acaudalado, encantador a su manera y en general, un mejor partido que su propio novio. Entre estos dos las cosas iniciaron lentamente, con insinuaciones, sobreentendidos, pestañeos... ese tipo de gestos que lo dicen todo pero por sí solos no significan nada. Al principio fue una suerte de juego. Inocente no, desde luego, pero para ser un juego, siempre hubo una seriedad latente en él.

El juego continuó su curso y se tornó más... pasional. Y, por supuesto, más enrevesado. Ahora eran encuentros furtivos, mentiras, coartadas, reuniones en la oscuridad, excusas incoherentes. Aunque los que se complican la vida con infidelidades sufren su propio infierno, yo sospecho que lo disfrutan. Es parte de la emoción de lo prohibido.

Fue entonces que recurrieron a mí, esperando que resolviera todo ese desastre. Pero ¿qué había por resolver? Ellos se amaban y ella estaba por casarse, pero no estaba obligada a hacerlo. Podía simplemente cancelar la boda y casarse con su nueva y mejor alternativa. Se los dije, desde luego. Pero ellos insistieron, no querían que estallara ningún escándalo. Querían un desenlace limpio donde sus nombres no quedaran manchados de ninguna forma.

Verás, mi pequeña Ro, hay muchos sacrificios que la gente hace por amor, y hay sacrificios a veces más grandes que hace por salvar las apariencias. Así que accedí a su pedido y a la semana siguiente, la empresa del novio cayó en bancarrota. Tuvo que viajar fuera del país en busca de otra oportunidad y ella no lo acompañó.

Supongo que fue un final adecuado para cada uno».

Cuando el boticario te narró esa historia, tenías ya quince años. No habías podido evitar sonrojarte en algunos momentos. Sin embargo, lo habías escuchado con atención, tratando de desentrañar un poco más quién era él. Qué era él.

Éran siempre se mostraba claro y sincero. Cínico y pragmático. Un océano de misterios en el cual te sentías cada vez más sumergida. Lo suficiente como para al fin confesarle tus inquietudes sobre Giova. Éran te había escuchado con interés, pero no había generado ningún comentario al respecto, lo cual te decepcionó. Pues esperabas alguna luz que iluminara tus incertidumbres. Y con Giova, las cosas nunca habían marchado peor.

Cuando él te visitaba, tú encontrabas la forma de evadirlo. Sus conversaciones eran cada vez más esporádicas y formales. Y aunque tus encuentros con el boticario eran tan ocasionales como los de Giova, los de Éran se sentían más cercanos.

Tal vez aquella escisión entre tu amigo de infancia y tú hubiera seguido su curso indefinidamente hasta volverse una separación irreversible, de no ser por dos presencias imprevistas que entraron en tu vida sin permiso y con cierto escándalo.

Ya te habías acostumbrado a los bailes formales en tu casa. A los guantes de seda, los vestidos largos, y los zapatos en punta. Y por supuesto, a que te invitaran a bailar desconocidos que apestaban a conveniencia. Sabías que todos allí miraban tu apellido y no le dabas importancia a nadie. Hasta que aparecieron Levan y Leira.

—¿Eres amiga del boticario?

Eso fue lo primero que Levan te dijo. Un muchacho alto, con un esmoquin impecable y un rostro anguloso. Ni siquiera había formulado un saludo. Primero, pensaste que era otro convenido más. Pero por el tono crispado de su voz, entendiste que lo último que quería era pedirte un favor. Así que lo segundo que pensaste fue que era un maleducado.

—¿Y tú quién eres?

—Eres amiga del boticario —dijo esta vez con certitud—. Entonces necesito hablar contigo.

—No tengo tiempo.

—Por supuesto que sí tienes.

Fue sólo por diversión o tal vez por poner más en práctica tu afanado soplo que decidiste echar un vistazo en la mente de aquel invasor.

—¡Para eso! —espetó él de pronto, lo cual te exaltó. Nunca nadie había notado cuando tocabas sus santuarios internos. Se miraron por un breve tiempo, tú, con vacilación y él, con gravedad.

—Ya había escuchado rumores sobre ti, pero no imaginé que pudieras ser tan irresponsable —te reprochó él—. Tú y yo, somos iguales.

El boticario de las almas perdidasWhere stories live. Discover now