23. Para que no se repita

1.7K 351 47
                                    


Despertaste en la quietud de tu habitación. Todo parecía estar tranquilo, el sol se colaba por las ventanas y escuchaste el trino de unas aves a lo lejos. Era un hermoso día que se sentía falso. Y sólo fue cuando Leira entró a verte y te observó con un halo de lamento, que entendiste que lo que había sucedido fue real.

Perder a una persona, Ro, es un dolor que sólo puede ser entendido por otro que ha vivido lo mismo. No se puede comparar con nada. Y no hay palabras que puedan aligerar ese peso.

En el futuro no ibas a tener una clara recolección de lo que había acontecido ese día. Apenas atisbos, como pedazos de una fotografía vieja. Tenías la sensación de que seguías la corriente, hacías lo que se esperaba que hicieras, formabas una fila para entregar el pésame, un ataúd que se sumergía en un abismo insondable. La ciudad enlutada por la misteriosa tragedia del hospital general. Sólo querías que eso terminara cuanto antes para encontrarte después con Giova.

Ah, pero él ya no estaría ahí. Te costaba creerlo. Todo esto aparentaba pertenecer a la irrealidad de un sueño. Parecía como si en verdad él hubiera regresado a estudiar a la capital y se hubiera olvidado de decírtelo. No parecía que se hubiera ido para siempre, ustedes tenían tantos planes. ¿Cómo se le ocurría marcharse ahora que todo acababa de empezar?

¿Cómo...?

—¿Qué? —murmuraste, confusa. Tenías la sensación de que Levan había estado hablando pero no estabas prestando atención realmente. Él lució contemplativo.

—Que mi hermana se quedará contigo... todo lo que necesites —repitió él, pacientemente. Era un tanto inusual encontrarlo así, calmo y comprensivo—. Pero yo debo seguir... debo...

Y no terminó su oración. Entendiste lo que quería decir, y de repente, el sopor en el que te encontrabas empezó a difuminarse. Agitaste tu rostro como una reacción al regresar a la realidad. Aún estabas entumecida por todo lo acontecido, pero tenías que volver.

—No, espera —dijiste de improviso, tus manos se cerraron hasta formar un puño sobre el regazo de tu vestido negro—. Iré contigo. Debo ir contigo.

Levan, que no abandonó su talante empático, sólo liberó un exhalo.

—Ro, no creo...

—No —interrumpiste—. Esto es algo que necesito hacer. No voy a quedarme aquí, no mientras él anda por el mundo libre e impune. Esto no puede quedarse así, no debe quedarse así —emitiste con una repentina inflexión efusiva. Levan te observó con un gesto templado.

—Lo que quieres es venganza.

—¿Y no es lo que tú has estado buscando también?

—No —musitó, sus ojos castaños diáfanos y sinceros—. Ro, nada de lo que haga... Nada de lo que hagamos nos devolverá lo que perdimos. Cuando inicié esto, claro que pensé en vengarme, pero me di cuenta luego que no es el motor que debería moverme. No quería ser consumido por esto. Yo no busco venganza, sólo quiero detenerlo. Que historias como la mía no se repitan, que todo este círculo se rompa. Hay males en el mundo que tenemos el deber de frenar, y yo, que he sido bendecido con este don, tal vez pueda hacerlo. Tal vez.

Levan se detuvo para ofrecerte una mirada de comprensión profunda. Él también había perdido a seres amados y de la misma manera. Te diste cuenta que él sí podía entenderte de verdad.

—Lo lamento —dijo entonces—. Hubiera querido que al menos tú te libraras de él, pero no he podido hacer nada.

Cuando percibiste que algo diminuto cayó a tus manos, notaste que estabas llorando. Fue extraño, recién caías en cuenta que no habías llorado en lo absoluto. Tal vez casi no te había parecido apropiado hacerlo, pues a los ojos de los demás, Giova era tu amigo y nada más. Él y tú no habían llegado a formalizar nada. Pero en ese momento de repente sentiste una necesidad desgarradora de llorar y llorar y llorar.

Pero no lo hiciste, supiste que si iniciabas no sabrías cuándo ibas a detenerte.

—Si no voy contigo, iré por mi cuenta, Levan —dijiste, una vez que controlaste tus emociones—. Sabes bien que no puedes contra el boticario tú solo.

Aquello era fáctico y definitivo. Levan sostuvo tu mirada, y finalmente asintió.

Ésta iba a ser la última travesía, pues no te ibas a detener hasta que tú o Éran cayera, lo que sucediera primero. Pues no hay nadie más peligroso sobre la tierra que aquellos que ya no tienen nada que perder. Aquellos a los que ya no se les puede arrebatar nada más, porque lo han perdido todo. No se les puede lastimar, no se les puede detener. Y aunque no lo percibiste en ese momento, las palabras de Levan habían penetrado tu mente para darte cierto consuelo en aquel pesar.

«Para que esta historia no se repita».

Aquello te pareció una razón más pura, plena y superior a la de una simple venganza.

«Para que nuestra historia no se repita entonces». Pensaste, y en tus ojos, sin saberlo también empezó a centellear esa férrea determinación que alumbraba los de Levan. Una alianza silenciosa, un pacto irrompible, pues ambos iban a consagrarse a esto e iban a triunfar o a morir en el intento.


El boticario de las almas perdidasWhere stories live. Discover now