26. Escisión

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—Lo opuesto —repitió Levan—. Hay muchas cosas que entran en esa definición, ¿qué es lo opuesto a él?

¿Qué era lo opuesto? ¿Era algo material o intangible? ¿Podrían conseguirlo? Por más que se lo replanteaban ninguno de ustedes parecía convencerse con una respuesta. Confiabas en que Éran, como las veces anteriores, siempre había sido sincero contigo. Sin embargo, en las verdades que liberaba siempre había una parte importante escondida. La breve emoción que significó arribar a una nueva información se opacó con lo enigmático del enunciado. Y también con un nuevo factor que nunca habían imaginado.

Inició poco después de tu encuentro con Éran. La capital amaneció alarmada y trémula, fue titulares en los periódicos y el tema central en los cotilleos. Se trataba del secuestro de un político influyente, el cual había aparecido colgado ese día en la plaza principal.

Nunca en la capital se había visto un siniestro tan barbárico exhibido de forma tan pública y escandalosa. Era, definitivamente, un mensaje. De inmediato se iniciaron las pesquisas y la lista de sospechosos. Todos murmuraban por lo bajo, temerosos, esperando que pronto se encontrara al culpable para terminar de una vez con esa escabrosa pesadilla y regresar a la normal vida citadina. Sin embargo, aquel incidente representó una chispa inocente que pronto se transformaría en un incendio que remecería, no la ciudad sino el país entero.


Cuando sucedieron una segunda, tercera y cuarta incidencia, las personas dejaron de rondar por las calles una vez caída la noche. De repente, la capital se transformó en una prisión tenebrosa de incertidumbres y zozobras.

—¿No tienes deseos de regresar a tu hogar?


La vez que Leira hizo esa pregunta, supiste que había mucho detrás de ésta. Ella era una de las pocas amigas de tu edad que tenías, y te agradaba. Te causaba la sensación de una persona suave y frágil, sin embargo, en su trato te dabas cuenta que era una joven muy sensata y firme. Y era totalmente devota de su hermano mayor. Aunque no podía aportar mucho a esa búsqueda, siempre era una presencia comprensiva y de apoyo.

Hasta que te formuló esa pregunta. Notaste entonces que desde que habían iniciado esos crímenes, ella se mostraba más reflexiva de lo usual.

—Aún no —respondiste—. Sólo sabemos que el boticario regresará a la capital, si me voy, perderemos pista de él.

—Podrías regresar cuando todo esto se haya calmado, no hay prisa —insistió ella—. Y tal vez podrías convencer a Levan de lo mismo.

—Pero él te escucha más a ti que a mí —dijiste de inmediato. Aunque de hecho, a veces pensabas que cuando Levan tomaba una decisión, cerraba con llave esa puerta por más que otros le dijeran lo contrario.

—En este caso, él te escuchará a ti —repuso ella con una certeza que te abrumó un poco.

—Pero... yo no puedo irme.

Supusiste que la actitud de Leira se debía a una reacción ante el aire de inseguridad por los últimos acontecimientos. Tú tampoco te encontrabas cómoda ante esa serie de hechos. Era la primera vez que se vivía algo similar en el país. Pero te repetías que debías de seguir. Tenías la sensación de que si regresabas, tal vez ya no volverías a reemprender la marcha.

A los pocos días volvió a perpetrarse otro atentado. Esta vez la víctima había sido un diputado junto con toda su familia. Y fue mientras leías en el periódico una reseña de la vida de este personaje desconocido que te pareció encontrar algo.

Pero cuando arribaste a la puerta de la habitación de Levan para compartir la información, te detuviste en seco al captar los entredichos de una discusión en proceso.

—¿... que es suficiente? —escuchaste que le recriminaba Leira—. ¿No estás ya satisfecho?

—Claro que no, esto es lo más lejos que hemos llegado, nunca hemos estado tan cerca —replicó Levan—. Desde el principio sabías que iba a ser algo indefinido y...

—Y te he acompañado todo el tiempo —atajó ella—. He estado contigo siempre. Cuando estos viajes parecían no llevarnos a ningún lado. ¿Al menos por todo eso no podrías hacerme el favor de dejar esto por un momento, al menos hasta que acaben los disturbios?

—¿Y por qué no me dices lo que de verdad crees? —le increpó él y a eso sucedió un corto silencio—. Tú podías soportar todos esos viajes cuando parecía que serían inservibles porque preferías que fuera así. Que al final no lograra nada. Pero ahora que por fin parece que estamos consiguiendo algo me pides que lo deje.


Ella no respondió de inmediato. Aunque estabas un tanto desencajonada pues nunca los habías visto discutir, te inclinaste un poco para poder oír mejor.

—Me preocupo por ti, Levan —dijo ella por fin—. Tú sabes que nuestros padres no van a volver, y sólo nos tenemos el uno al otro. ¿No crees que ya basta? ¿Por qué no podemos recoger lo que queda y tratar de volver a tener una vida normal? ¿Qué hay de malo en eso?

—No hay nada de malo. Pero yo no puedo hacer eso. No puedo.

Hubo otro silencio, y por un momento pensaste que la disputa había terminado.

—Tú y Ro —emitió Leira con un leve sollozo y había una suerte de recriminación en su inflexión—. Parece que tienen un deseo suicida. Yo no podría ver eso.

—Entonces no lo hagas —dijo él en un susurro y los dos callaron por un momento—. Vete.

Tú eras consciente de lo mucho que ambos hermanos se apreciaban. Y supiste que Levan no había dicho eso por despecho, sino porque creía que era lo mejor para ella. Una forma de protegerla de lo que iba a seguir.

La partida de Leira resaltó el aroma de inminencia de su situación. Ahora quedaban sólo ustedes dos en una ciudad que comenzaba a perder su brillo y que iba a ser azotada por la peor crisis de su historia.

El boticario de las almas perdidasWhere stories live. Discover now