Nakweshkodaadiwag - Ellos se encuentran

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- ¡No me lo puedo creer, Catherine! ¡¿Has perdido el juicio?!

Resistía a las dolorosas estocadas de Jeanne con puños apretados sobre la elevación que formaba la falda de mi vestido al sentarme. Había cesado de contabilizar sus gritos, necesitaba concentrar todas mis energías en no romper a llorar. Estaba deshecha por lo ocurrido.

- Jeanne, deberías de tranquilizarte. Elevando la voz no vas a conseguir nada, está a punto de llorar, ¿no te das cuenta? – la apremió Antoine mientras Florentine le vendaba la herida superficial del brazo. Un proyectil le había rozado. Por suerte.

- ¡Casi la matan! – me señaló. — ¡¿En qué estabas pensando?! ¡Te pusiste a tiro sin reflexionar!

- Lo—lo siento. – sollocé.

- ¡Lo hizo para salvarnos! – estalló Antoine.

Intenté no ser ruidosa mientras lloriqueaba, pero ver cómo la bien avenida pareja discutía a causa mía provocó que gimoteara con violencia. "Catherine, ¿verdaderamente has pedido el juicio?", me lamenté. Jeanne debía de estar altamente enfadada para olvidarse de sus modales delante de su prometido.

- ¡¿Y eso la exculpa?! ¡Ha muerto gente, Antoine! ¡No te entiendo!

- ¡No ha muerto nadie, maldita sea!

- ¡Eso tú no lo sabes! ¡¿Qué hay del indio al que Jean disparó?!

- ¡Está vivo! – apartó a Florentine para levantarse y ponerse frente a ella. — ¡Vi cómo subía al caballo, por el amor de dios!

"Por favor, señor mío, no dejes que muera", supliqué. No quería que pereciera. Las consecuencias en la ciudad serían fatales.

- ¡Consuela a tu hermana en vez de reprenderla! ¡Ha actuado valientemente y con más sentido común que todos nosotros!

Los gritos de Antoine hicieron que mi hermana lo mirara con decepción, dolida. Lagrimando, se marchó a correprisa, dando un portazo. Florentine observaba la escena con estupor, sin saber qué hacer.

- ¡Maldita sea! – pateó una de las sillas. Se cubrió el rostro con las manos, angustiado.

- L-lo... sien-siento... – pude decir entre llantos cada vez más agresivos.

- No te disculpes, te lo imploro. – se agachó para abrazarme. Su camisa olía a sangre. – Nos has salvado la vida. Si no hubieras intervenido como lo has hecho, hubiéramos tenido que dispararnos. Me has salvado la vida. – me agarró de la barbilla para mirarme. – Tú, Catherine, nadie más. Y nunca podré agradecértelo lo suficiente. ¿Por qué lo hiciste?

No me lo cuestionó como un reproche, así que respondí con la nariz obstruida por las lágrimas:

- Porque eres mi familia.


‡‡‡‡


Jamás había extrañado tanto dormir junto a mi hermana como lo hice aquella noche. El libro de Las mil y una noches yacía cerrado justo al lado del dosel y me recordó a su dolor. No hacía más que preocuparla. Sin embargo, no hubiera sido capaz de actuar diferente. ¿O sí? Mi traslado a Quebec estaba desvirtuando mi personalidad. En el pasado reciente no hubiera actuado así. Había demasiadas nuevas experiencias y conocimientos que me impedían ser la misma niña que abandonó Francia. No podía quedarme quieta ante un inminente peligro que afectara a Antoine. La propia violencia me había arrastrado a una posición en la que ni yo misma me reconocía. Todavía no creía haberme situado en medio de los fusiles sin pensar en las consecuencias. Aquella no era yo. La Catherine que conocía, con la que había convivido durante 14 años, se hubiera escondido en las faldas de su hermana o de su madre para no ver lo que sucedía a su alrededor y tomar partido. No hubiera podido lidiar con la muerte de Antoine, mis impulsos tomaron las riendas. ¿Y qué era aquel sentimiento que había despertado al ver a Namid en riesgo? La injusticia. Había saboreado lo que era la injusticia por vez primera. Injusticia por saber que los ahorcarían si descubrían que habían abierto fuego contra ciudadanos franceses. No les importarían los detalles, sola la soga que les pondrían al cuello. Nadie hablaría del despropósito de Jean, solo de la atrocidad perpetuada por los indios. Ni siquiera considerando que Antoine los había dejado escapar estarían seguros por ahora. Alguien podría hablar de más y la paz se terminaría. ¿Era la injusticia un sentimiento tan amargo? No me gustaba.

(PRONTO A LA VENTA) Waaseyaa (I): Besada por el fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora