Anishinaabe - Una persona

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A pesar de mis insistencias por acompañarles al poblado, tanto Jeanne como Antoine se negaron a que realizara esfuerzos escasas horas después de mi desvanecimiento. Intenté alegar que me encontraba bien, mas fue inútil. A decir verdad, todavía estaba algo débil y no era estrictamente necesario que estuviera presente en los últimos retoques de la construcción; podría estudiar los manuales con tranquilidad en mi habitación. Sin embargo, quería evitar que Namid se preocupara por mí, así que me aseguré de que Thomas Turner le informara de que estaba indispuesta para poder acudir.

Aproveché aquel día en soledad para practicar con Florentine, quien se había salido con la suya para quedarse conmigo y velar por mi mejora. Había avanzado a pasos agigantados, escribía y leía todo el alfabeto sin errores. En aquellas lecciones me percaté de que me fascinaba enseñar, aspecto que jamás habría dado por sentado. Me agradaba la sonrisa complaciente que se formaba en sus labios cuando acertaba los ejercicios. Tras nuestra sesión educativa, ambas comimos juntas en la cocina, y pasé buena parte de la tarde estudiando las gramáticas. Había múltiples áreas de mi propio lenguaje que desconocía, por lo que, en cierta medida, también estaba aprendiendo. La pareja no regresaría hasta más adelante y ni me molesté en vestirme: continuaba en batín y camisola de dormir, con el pelo rizado y revuelto. De cuando en cuando miraba por la ventana del salón, con las piernas alto en la enorme butaca, en busca de algún movimiento.

El día estaba oscureciendo en el instante en que advertí un traqueteo aproximarse. El corazón me dio un vuelco y me levanté con rapidez. El pensamiento lógico dictaminaba que era probable que Jeanne y Antoine hubieran vuelto, mas esperaba con tanta ansia que se tratara de Namid que me auto convencí de que sería él. Corrí por el pasillo justo en el momento que Florentine salía de la cocina para atender la puerta. Se rió al verme y esperó a que me acomodara un poco la melena antes de dirigirse a la entrada para saludar al visitante. Me situé detrás de ella, ilusionada como una niña con dulces.

Se me soltaron las manos al suelo cuando, tras el portón, el familiar rostro del reverendo Denèuve apareció.

— Señorita Catherine, lamento importunarla, yo...

— ¿A qué ha vendido? ¿Qué hace usted aquí? — le increpé, tensa de los pies a la cabeza. Nerviosa, me anudé el batín. Me había parecido escuchar un caballo, pero en absoluto me esperaba que se tratara del clérigo.

— ¿Está sola en casa? ¿Vengo en mal momento? — se excusó, tembloroso, sin cruzar el umbral de la puerta. Florentine tenía una expresión seria, aposté de que sería capaz de lanzarse a su cuello como una ardilla.

— Sí, estoy sola y no tengo ninguna intención de hablar con usted, reverendo. Mis disculpas — le hablé con seriedad, indicando a mi criada con la mirada que cerrara.

— Espere, se lo suplico — la detuvo. Yo fruncí el ceño, algo temerosa de sus intenciones —. No voy a arrebatarle mucho tiempo, me quedaré aquí quieto.

Le observé. Continuaba teniendo ese semblante de bondad contenida, dubitativa. Sus pupilas rogaban que le diera una oportunidad.

— Si ha venido a...

— He venido a advertirle — me interrumpió.

Arqueé una ceja y dije:

— ¿Sobre qué?

— Ya sabe de lo que le hablo, señorita Catherine. La escuela que ustedes están construyendo en el poblado ojibwa — intenté mantener la compostura —. Todos lo saben en la ciudad. Se están metiendo en problemas.

— El señor Turner me informó de que no conlleva ningún delito que les enseñemos — apunté, aparentando templanza.

— No lleva viviendo en Nueva Francia el mismo tiempo que yo, señorita. Desconoce cómo funcionan las cosas aquí. Thomas Turner debe de haber perdido el juicio para aconsejarle que se aventure en una empresa de este calibre. No pueden ir en contra de la verdadera escuela de Quebec.

(PRONTO A LA VENTA) Waaseyaa (I): Besada por el fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora