Ziigwanong - Última primavera

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Namid había desaparecido, dejando tras de sí únicamente los restos de la hoguera consumida, cuando regresamos al lago. Impasible, Inola caminó a mi lado de vuelta al poblado. Onida estaba contándoles fábulas a los niños, gesticulando como un juglar experimentado, y nos sonrió con cariño al vernos aparecer. Los dos entramos en la tienda de Honovi sin decir ni una sola palabra. Estaba fumando junto a Ishkode y Miskwaadesi, quienes me miraron de arriba abajo con cierta curiosidad.

— Qué bien acompañada está, señorita Waaseyaa — me saludó con una reverencia chistosa.

Ishkode me escudriñaba preguntándose por qué no había vuelto acompañada de su hermano. No intenté ocultar que había llorado y Honovi les pidió a los tres jóvenes que nos dejaran a solas, hábito que estaba empezando a convertirse en una costumbre. Salieron sin rechistar.

— Inola ha hablado — musité.

Él abrió un poco los ojos, pero enseguida retomó la calma y dio un par de toquecitos a las pieles del suelo para que me sentara a su lado.

— Deseaba llevarte a ver a su esposa. Le dije que te buscara en el lago. ¿Pronunció su nombre?

— Sí — asentí —. ¿Cómo supo que...?

— Es mi hijo. Honovi sabe lo que piensa aunque sea mudo. Nunca ha dejado que nadie le acompañe a llorarles, es usted afortunada. La considera su primera y única amiga — suspiró —. Le asusta, como a todos, que se quede en Montreal indefinidamente. Sin su ayuda, señorita Waaseyaa, mi hijo no habría dicho ese nombre. Honovi solo le ha oído gritarlo en sueños. Gracias.

Sin saber cómo responder, bajé la barbilla con respeto.

— Sokanon, mi dulce y desgraciada niña... — murmuró con nostalgia —. Era una criatura preciosa. Los ancestros estarán cuidándola allá donde esté.

— ¿Cuántos? — inquirí de pronto.

— ¿Cuántos qué?

— ¿Cuántos hombres y mujeres habéis perdido?

Era un interrogante que me carcomía por dentro.

— Depende del cómo y de cuándo — me sonrió con sabiduría, abofeteando mi ignorancia —. ¿Asesinados por británicos?, ¿por franceses? ¿Muertos por epidemias? ¿Caídos en combate? ¿Torturados? ¿Encarcelados?

— Asesinados — dije en un susurro débil.

— Todos los anteriores. La variante reside en quién o qué empuñaba el arma. ¿Por qué queréis saber eso, joven? Es una forma inútil de atormentarse.

— ¿No buscáis venganza?

— La venganza no me devolverá a Sokanon. Ni tampoco hará que mi hijo vuelva a hablar. Honovi no lucha por venganza, sino por la libertad de su pueblo — se incorporó un poco —. Siglos atrás, solo nosotros ocupábamos esta bella tierra. Ahora estamos convirtiéndonos en una minoría a pasos agigantados. La venganza no es la mejor estrategia.

— ¿Por eso ha decidido entregar a sus guerreros al ejército francés? — le increpé levemente.

— La señorita Waaseyaa no entiende la postura de Honovi, ¿no es así? — volvió a sonreír —. Ya la entenderá.

— Quiero entenderla ahora. ¿Por qué, después de haber perdido ambas manos para permanecer aquí, ha mandado a sus jinetes a dar su vida por el gobierno que está masacrándolos? — me alteré.

— Honovi ya sabía que habría una guerra mucho antes de que usted llegara a Nueva Francia — mantuvo la calma —. Honovi se cortó las dos manos para asegurar este hogar. Mis hermanos partirán a la guerra, pero yo seguiré aquí junto a los niños. Defenderé este trozo de tierra.

(PRONTO A LA VENTA) Waaseyaa (I): Besada por el fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora