No me permití llorar una mísera lágrima por Jeanne hasta que paramos a descansar junto a un arroyo. Habían transcurrido dos pesados días de travesía ininterrumpida. Dormíamos un par de horas al raso, estableciendo turnos para las guardias, y cabalgábamos durante extensas jornadas. Desde mi marcha, había permanecido la mayor parte del tiempo en silencio, triste, asustada, arrepentida y orgullosa. El remordimiento y el dolor por haberla dejado atrás eran demasiado intensos.
— Tome.
Thomas Turner me ofreció su pañuelo y lo acepté de buen tino. En ningún momento intensó disuadirme para regresar, sabía que mi decisión era definitiva. Era un compañero de viaje ideal: nos adaptábamos el uno al otro y se desvivía para protegerme de cualquier peligro.
— Lo siento.
— No se disculpe — me sonrió un poco —. La dejaré sola.
Con pasos rápidos, el mercader se ajustó el fusil al hombre y se adentró entre los árboles. Habíamos avanzado bordeando las zonas boscosas, puesto que era más seguras, pero quedaban pocos terrenos cercanos a la civilización. En nuestro camino, nos habíamos cruzado con casacas azules en su mayoría, pero también alguna que otra aldea. Sin embargo, conforme más partíamos hacia el sur, los campos se vaciaban y parecíamos estar rodeados de un desierto inmenso de pinos. Al principio me había sentido preocupada, creía que alguien se extrañaría por ver a una joven de ropajes nobles únicamente acompañada por un hombre de bajo estatus..., no obstante, parecían estar más preocupados por la guerra que por una niña bien vestida.
Escuché un tiro a lo lejos y supuse que Thomas Turner estaba cazando. A decir verdad, estaba hambrienta. No quería pensar en Jeanne, no quería imaginarla despertando, con su melena rubia totalmente revuelta, caminando por el pasillo con su camisón de lino blanco. No quería afrontar verla entrar a mi habitación y encontrarla vacía. Quizá perdía una hermana antes de perder la vida.
— Coma, va a quedarse en los huesos — me pidió Thomas Turner mientras comíamos la ardilla que había cazado. Estábamos sentados sobre la hierba, cerca de la hoguera, y los cuervos pululaban alrededor de las copas de los abetos.
Le miré lentamente y después observé los escasos bocados que había propinado al trozo de carne que sostenía entre las manos. Debía ser capaz de encontrar el equilibrio y continuar, si no lo hacía, aquella decisión sería en vano.
— ¿Crees que es mala idea que continuemos por el interior del bosque? — le pregunté, masticando.
— Los caminos ya no son confiables, es mejor que prosigamos por esta ruta. Conozco bien los parajes, llegaremos antes al lago Ontario. Sin embargo... —me echó una mirada general—, no deseo ser grosero, pero...
— ¿Qué ocurre? — fruncí el ceño.
— Llamamos demasiado la atención.
Clavó sus ojos en los míos y comprendí. "Llamamos demasiado la atención porque soy mujer", sentenció la voz de mi consciencia.
— ¿Y qué sugieres? — respondí con cierto malestar. No podía cambiar mi cuerpo ni el hecho de ser mujer. Me molestaba tener que hacerlo para ser aceptable.
Él posó sus ojos en el corsé y en la larga falda embarrada.
— Está bien, me cambiaré — bufé, levantándome. No había tenido las fuerzas para deshacerme de aquellas telas que tanto me recordaban a Jeanne —. Pero eso no me hará hombre.
— No deseo que sea haga un hombre, solo es una forma de pasar desapercibidos.
— Lo sé. Detesto estos vestidos. Estaré más cómoda con prendas masculinas — suspiré.
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(PRONTO A LA VENTA) Waaseyaa (I): Besada por el fuego
Historical FictionEn los albores de la lucha por los territorios conquistados en Norte América, Catherine Olivier, una joven francesa de buena familia, viaja hasta Quebec junto a su hermana Jeanne para iniciar una nueva vida. Sufragada por sus propios miedos y pérdid...