XLIX

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07 de enero de 2022

Querida Julia:

Sé que no es un inicio de relación muy romántico o convencional, pero así es como comenzamos a salir y, de alguna forma, el hecho de no ser lo esperado fue lo que lo hizo perfecto. A partir de ese día, íbamos juntas a todas partes: al cine, al parque, a las tiendas, a restaurantes. Me quedaba en tu casa o tú en la mía. Estábamos juntas gran parte de cada día. Y era perfecto. Además, me acompañabas a planear mi boda y siempre intentabas ganarme cada vez un poco más con cualquier cosa (algo que lograbas, aunque no te lo hacía saber de una vez).

Nuestro primer beso... Ay, Julia. Nuestro primer beso lo recuerdo como si hubiese sido ayer. La primera vez que pude tocar el cielo con las manos fue casi dos meses después de haber comenzado a salir. Sí, tardamos bastante en besarnos, sin embargo, eso no nos importó en lo absoluto. Así como tardamos en eso, podrás hacerte una mínima idea de cuánto tardamos en llegar a otras cosas.

Mi mamá quiso mandar a ajustar su vestido de novia al día siguiente, a pesar de que le dije (y cito): «Me queda fatal, patético. Parezco... una cucaracha en baile de gallina». Ni para qué. Me respondió: «No, mijita. ¡Pero si te queda precioso! ¡Magnífico! ¿Verdad que sí, Antonio?». Y mi papá, manso y calladito, sólo sonrió y siguió leyendo su periódico. Agradezco a Dios que llegaras en ese momento y, entre las dos, la convencimos de no mandar a ajustarlo; que si podían hacerlo mal, que si se dañaba, que si se perdía, entre otras cosas. Ese mismo día nos mandó directo a donde Doña Carmen («la de la esquina, Isabel, ¡te cuidaba de pequeña!) para que me tomara las medidas necesarias y nos mostrara diferentes fotografías de vestidos para elegir el de mi gusto (sí, claro; yo sabía que tenía que cumplir más con los gustos de mi mamá que con los míos).

Vimos una cantidad incontable de vestidos, dabas tu opinión muy por encima. Sabía que eso no te hacía mucha gracia y, de igual forma, estabas ahí conmigo, dejando caer sutiles comentarios para hacerme entender que lucharías por mí hasta el final. Por más que ni siquiera había pasado un día desde que decidimos intentarlo, tú estabas dispuesta a demostrarme que querías estar conmigo; tu seguridad me agradó, me hizo darme cuenta de que querías ir en serio y no era un juego. Más enamorada de ti no podría estar.

Ese día no hicimos mucho más, yo me fui a mi casa y tú a la tuya. Quise invitarte al cine, pero decidí dejarlo para otra ocasión. Por más que quisiéramos estar juntas, había que entender que era algo nuevo para las dos y no sabíamos cómo actuar.

Con amor,

Isabel

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