LXV

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15 de febrero de 2022

Querida Julia:

Fueron unos maravillosos meses a tu lado, amor mío; no les cambiaría nada, ya que todas las situaciones que pasamos nos ayudaron a consolidarnos un poco más como pareja. Todo cambió el nueve de noviembre, lo recuerdo como si hubiese sucedido ayer, pues marcó definitivamente un «antes» y un «después» tanto en nuestras vidas como en nuestra relación.

Estábamos solas en mi casa, mi papá trabajaba, mi mamá había salido con mi sobrina Rosa y mis hermanos ni siquiera estaban en la ciudad. Sabiendo de sus planes desde días antes, ya habíamos acordado todo para que pasases el día conmigo en esas cuatro paredes, disfrutando de nuestra compañía. Así que ahí nos encontrábamos, sentadas en el sofá, con el televisor prendido, mientras que mis labios se deleitaban con los tuyos.

Mis manos estaban inquietas, aunque las obligaba a mantenerse en tu cintura, sin embargo, no podía evitar acariciarte levemente; las tuyas, por otra parte, estaban en mi cuello, atrayéndome lo más posible a ti y dejándome sin escapatoria alguna. Tenía la necesidad de sentirte más y más, así que dejé que una de mis manos subiera hasta tus omóplatos mientras la otra bajaba hasta tu cadera. Nuestras lenguas tenían una pequeña pelea personal. Te fuiste recostando poco a poco en el sofá, llevándome contigo, hasta que estuviste acostaba y yo estaba encima de ti.

—Te amo —susurré, cuando nuestros labios se separaron, me sorprendí al darme cuenta de lo agitada que estaba.

—También te amo —respondiste, antes de volver a juntar nuestros labios.

Al tener mi mano derecha ocupada ‒pues me sostenía con ella‒, posé la izquierda en una de tus piernas, un poco más arriba de la rodilla, y un escalofrío recorrió toda mi columna vertebral al sentir tu piel.

Estábamos tan concentradas en nuestro beso, tan protegidas por nuestra burbuja de amor, que no escuchamos cuando un carro estacionó al frente de la casa, ni cuando cerraron la puerta de éste, ni cuando una llave encajó con la cerradura de la puerta. Lo que sí escuchamos, fuerte y claro, fue el grito de Arturo Carvajal.

—¡¿Pero qué está sucediendo aquí?!
Yo no soy una persona de lenguaje soez, en lo absoluto, pero lo único que se me vino a la mente en ese momento fue: «Mierda, ahora sí estamos jodidas».

Con amor,

Isabel

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