LXXIII

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05 de marzo de 2022

Querida Julia:

Tuve que volver al trabajo el viernes, sabía que me esperaba un gran reclamo por parte del director, pues había faltado desde el martes sin justificación alguna (sí, porque ni siquiera al trabajo me dejaron ir mis padres); Pablo, gracias a Dios, me hizo un justificativo médico para no meterme en muchos problemas. Me puse la misma ropa del día anterior y me fui a las 6:30 de la mañana, antes de que despertaras, para llegar con tiempo.

Las primeras horas pasaron sin ningún inconveniente, los niños se alegraron mucho al verme y les di varias actividades para que se distrajesen. A media mañana, mientras estábamos en el receso, vi a Rosa caminar por el colegio, hecho que me extrañó muchísimo pero no le di importancia. Al marcar el reloj las doce en punto, recogí mis cosas y esperé a que los representantes buscaran hasta al último niño. Salía del salón de clases y justo venía el director con paso enérgico.

—¡Señor Landaeta! Me alegra encontrarme con usted, me iba a dirigir a su oficina para presentar justificativo por mis ausencias estos tres días pasados.

—No necesito escuchar nada, señorita Osorio —expresó disgustado, y lo miré extrañada—. Está usted despedida.

—¿Qué? Pero, señor, le juro que no fue mi intención...

—¡No es por eso, jovencita! Han demandado que usted sea destituida de su cargo inmediatamente, ya que puede ser perjudicial para los pequeños estar cerca de usted.

—¿Qué bases tiene para eso, director? —exclamé indignada.

—Una fuente muy confiable, señorita Osorio, de la cual no dudaría ni un minuto y pidió mantener confidencialidad, me dio todas las pruebas que necesito. Le hago entrega de la paga de este mes, más por sus años de trabajo que por otra cosa; no espere recibir una carta de recomendación de este colegio. En el sobre, además, tiene el número de un médico que tiene buenísimos antecedentes en la curación de esa enfermedad que usted padece. Que tenga buen día.

La rabia me inundó por completo, pero sabía que no podía hacer nada para cambiarlo. Me fui cabizbaja para la casa de Claudia, queriendo llorar, sin embargo, los acontecimientos de esa semana ya me habían agotado hasta la última reserva de lágrimas. En la salida del colegio choqué con Rosa, quien solamente me miró por encima de su hombro con una sonrisa y siguió su camino. Cualquiera podría sumar dos más dos y entender que esa «fuente muy confiable» no era nadie más que mi sobrina.

Con amor,

Isabel

Un minuto másDonde viven las historias. Descúbrelo ahora