Extra 4

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06 de junio de 2022

Algo había cambiado. Era como si estuviese despertando de un largo sueño, un mal sueño. Aunque no sabía de dónde venía esa sensación.

No, nada había pasado, algo estaba pasando. Y tenía que averiguar qué era. Pero, por Dios, qué cansada se sentía. Le dolía todo y estaba entumecida.

Abrió los ojos, estaba oscuro, frunció el ceño y bostezó. Dios, qué agotamiento. Sin embargo, una calidez embargaba su corazón y sabía que no era un día para quedarse en la cama. Volteó a su izquierda y encontró ese lado de la cama vacío, su ceño se acentuó más y cerró otra vez los ojos. Contó hasta diez e intentó levantarse, mas no logró moverse ni un centímetro.

«Muy bien, vamos paso a paso, Julia». No supo por qué pero ese pensamiento la sorprendió, tenía la sensación de que no era muy común recordar su nombre. Suspiró y empezó a mover uno a uno sus dedos de las manos, luego los de los pies; alzó la mano derecha, después la izquierda.

Toc, toc.

Miró hacia la puerta asustada, justo cuando alguien la abría y un joven pelinegro se asomaba.

—Buenos días, señora Julia. No se asuste, por favor —pidió el ojiazul, al verla—. Me llamo Alejandro Vera, ¿puedo pasar? —Ella negó—. Por favor, señora Julia. Le prometo que no le voy a hacer nada. Mire, no tengo nada para hacerle daño. —Pasó lentamente y alzó las manos.

Julia se quedó callada, analizándolo. ¿Le creía? Se veía buena persona, «aunque a veces esos son los peores», dijo una voz en su cabeza. Su cerebro le decía que se negara, al contrario que su corazón, el cual le pedía que lo dejara hablar, como muchas veces antes lo había hecho. «¿Qué?», se preguntó mentalmente. ¿De dónde vino esa sensación?

Al final, asintió con levedad y el joven sonrió.

—Muy bien. Me comentaron que últimamente tiene muchos dolores y le cuesta levantarse, ¿quiere que la ayude? Podemos desayunar lo que le plazca, salir al patio a tomar un poco de sol, puede jugar con el perro que está en la casa cuidándola día y noche... Lo dejo a su elección.

Su primer reflejo fue negarse, sin embargo, se contuvo y analizó la situación. Si bien sentía pesadez en el cuerpo, eso podía deberse a que no se levantaba casi de la cama, no recordaba hace cuánto lo había hecho y eso la frustró. «¿Cómo es posible que no puedas recordar algo tan sencillo?», se reclamó.

—Quiero levantarme —decidió segundos más tarde—. Quiero moverme. —Alejandro sonrió animado—. Y quiero comer empanadas de dominó, sin salsa tártara, ésa es para Isabel. —Su boca se hizo agua al imaginarse ese plato de comida, y después se preguntó quién sería Isabel.


Al caer la noche, cuando una señora de cabello blanco y ojos marrones, que resultó ser Isabel, la ayudó a acostarse para dormir, Julia calificó su día de excelente. Desde que salió de la cama, le pidió a Alejandro que le pusiera música y apenas al acostarse fue que apagaron el radio; notó que la música actual era muy diferente a lo que ella solía escuchar, había bastantes canciones extrañas y en otros idiomas, pero algunas eran muy lindas. «Mañana pediré clásicos y gaitas», anotó mentalmente.

Además, todo antojo que le daba, Alejandro e Isabel se lo cumplían, se sentía como una niña el día de su cumpleaños; para el almuerzo, le hicieron un pasticho, y de postre comió helado de Oreo, y en la cena le rellenaron una arepa con bastante queso blanco, queso amarillo y caraotas negras, que la dejó con el estómago hinchado, pero feliz.

Por otra parte, tuvo detrás de ella a Ruffin, un simpático perro de pelo corto y color ceniza, que andaba con un peluche magullado para arriba y para abajo, y cuando se aburría, se lo colocaba a Julia en el regazo para que ella lo lanzara lo más lejos que podía.

Un minuto másDonde viven las historias. Descúbrelo ahora