Extra 3

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09 de marzo de 2022

¿Por qué todo tenía que ser tan complicado? Su vida no era perfecta y lo sabía, en un momento lo fue, y ahora casi lo es. Las malas noticias siempre están al acecho, esperando para hacerla sufrir; cada mañana al abrir los ojos, el latir de su corazón la aturde, pues piensa que ése será el día.

Lo que nunca se imaginó es que ella sería la causa de las malas noticias, no sólo la portadora. Y ahora estaba sola en una fría sala de espera, con la nariz congestionada y la garganta ardiendo, por culpa de una gripe que la atacó dos semanas antes y la tenía alejada de su amada.

—Isabel Osorio —anunció una voz que la sacó de sus pensamientos.

Agarró su bastón, se levantó de la silla y se dirigió a la puerta blanca que tenía una placa que decía «Dr. Emilio R. Quiroga R. Médico general».

—Buenas tardes, señora Osorio —dijo Emilio, al verla entrar—. Por favor, tome asiento —pidió serio.

Ella suspiró y recordó los acontecimiento que la llevaron a estar ahí, a la espera de malas noticias.


Un mes antes, poco después de su cumpleaños, empezó a sentirse más cansada, no tenía fuerzas para levantarse en las mañanas, aunque lo hacía de igual forma, porque tenía que estar con su esposa. Poco a poco, la empezaron a aquejar dolores de estómago, se automedicó como acostumbraba, pero no mejoró; notó que empezaba a perder peso y tenía grandes ojeras, que intentaba disimular con maquillaje. Rogó y rogó para que nadie se diera cuenta. Sin embargo, luego una gripe la tumbó y no le quedó de otra que ir al doctor.

Esperaba un regaño de parte del doctor Quiroga desde que cruzó la puerta; no obstante, Emilio se dedicó a examinarla sin decir ni una sola palabra, de manera profesional.

—Le voy a recetar un par de cosas que deberían quitarle la gripe pronto. Sin embargo, voy a mandarle a hacer unos análisis de sangre, para asegurarnos de que todo esté bien.

Sin embargo, Isabel lo conocía y notó que algo lo perturbaba.

—¿Hay algo que quiera decirme, doctor Quiroga?

—Noté que tiene el abdomen bastante tenso, lo cual no es común; quiero que se haga unos exámenes extras.


Y ahí estaban, una semana después, ella con una gripe infinita y él con una cara de pesar que no podía ocultar.

—Señora Osorio... —Se quedó callado unos segundos— no sé cómo decirle esto...

—Directo al punto, por favor, doctor Quiroga —murmuró con voz ronca.

—Consulté con una colega mía sus resultados, pues ya no es de mi competencia. —La miró por un rato sin evitar que sus ojos se cristalizaran—. Programé una cita para dentro de... —Miró el reloj plateado que tenía en la muñeca derecha— diez minutos.

Esta vez fue el turno de Isabel de mantenerse callada. Sentía que un agujero negro había surgido en su interior y la estaba absorbiendo poco a poco, pero aumentando su fuerza con cada segundo que pasaba.

—¿Y en qué área se especializa esa colega suya?

—Oncología.

Sintió que se iba a desmayar, su visión se tornó borrosa; se estaba ahogando. Lo único que pasaba por su mente era «no, Dios mío, otra vez no». En medio de la bruma, captó que Emilio se levantó de su silla y se acercó a ella, para hincarse a su lado y tomarle las dos manos.

—Déjame acompañarte, Isabel, por favor.

Ella asintió levemente, con la mirada perdida en la ventana, repitiéndose lo mismo una y otra vez. «No de nuevo, no puede ser».

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