Capítulo 2:Bienvenida al Instituto.

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(HOLA, ME GUSTARÍA INVITARLAS A LEER "EL FINAL ESTA CERCA" DE ALEXANDER LIGHTWOOD, SE ENCUENTRA EN MI PERFIL, ES UNA NUEVA FANFIC DE SHADOWHUNTERS Y AHS: APOCALYPSE, DENLE LA OPORTUNIDAD POR FAVOR :( GRACIAS)

En cuanto volvieron al Instituto se sintió una enorme tensión entre ambos. Alec no podía creer lo que Alina le había demostrado, era casi imposible, en su mentalidad tenía otro tipo de ángeles. Pero no había explicación alguna para lo que había hecho. Ningún ser del submundo era capaz de hacer eso. Ella era más que eso.

—No lo puedo creer. —tartamudeó un poco.— Eres un ángel.

—Sí. ¿Ahora puedo entrar al castillo o lo que sea esto? —la voz de Alina sonó desespera. Alec asintió sin pensarlo y se apartó del portón para que ella entrara.

Al entrar al Instituto Alina se quedó anonadada ante lo hermoso que era por dentro. Tenía farolas victorianas y aún así un equipo bastante moderno. Nunca había visto algo igual. Todo estaba perfectamente iluminado. Del lado izquierdo habían unas inmensas escaleras con algunas marcas talladas. Frente a ella estaba el cortex y al lado un pequeño vestíbulo.

Alina se preguntó si habían muchas personas viviendo ahí, ya que en ese momento no había absolutamente nadie a la vista. Era un lugar grande. Y realmente cálido.

—Bienvenida al Instituto. —le dijo Alec en voz baja.

—Gracias. —le miró fugazmente.

—Te llevaré a una de las habitaciones para que intentes descansar y luego...

—Yo no necesito descansar. —lo interrumpió con la voz queda. Él enarcó una de sus cejas y la miró irritado.

—Cuando alguien dice que no necesita descansar es porque esta realmente cansado. —respondió Alec.

—No tengo necesidad de descansar y tampoco de alimentarme. Mi propio espíritu mantendrá este cuerpo en buen estado. —le informó mientras observaba las escaleras detenidamente.

—Oh, sí, poderes de ángel. —comentó sarcástico— Tienes que límpiarte. Tienes sangre. Y eso no les dará una buena impresión a los demás.

—No me importan las buenas impresiones. —espetó— Aunque... —añadió mirando su reflejo en un vidrio de cerca— debería verme distinta.

—Sígueme.

Rápidamente el muchacho comenzó a subir las escaleras, Alina lo siguió unos segundos después. Imitándolo. Cuando llegaron al segundo piso caminaron por el corredor repleto de puertas. Alec pasó por todas hasta llegar a la última, estando ahí, abrió la puerta y entró. Alina miró a su alrededor cuando entró a la habitación. La cama estaba perfectamente tendida, había un pequeño escritorio, un peinador con un espejo grandísimo, un armario gigante y dos mesitas de noche al costado de la cama. Una ventana dejaba entrar aire a la habitación y había una puerta más.

—De acuerdo. Ahí es el baño. —apuntó a la puerta de la habitación— date un ducha mientras yo te busco algo de ropa.

Alina asintió afirmativamente y él salió de la habitación cerrando la puerta. La muchacha se observó en el espejo. Se veía terrible. Su piel era pálida, tenía unas ojeras por debajo de los ojos, sus labios partidos, su cabello enredado y su ropa hecha un desastre.

¿Ese era su valioso recipiente?

—Completa la misión y todo acabará. —se susurró frente al espejo— Tu puedes, Alina. Dios confía en ti. No lo decepciones.

Soltó un suspiro pesado y se alejó de su reflejo. Abrió la puerta del baño, encontrándose con otro espejo arriba de un lavabo, un retrete de color blanco y una tina del mismo color. Siguiendo su instinto abrió la llave de la regadera que se encontraba sobre la tina y comenzó a despojarse de su ropa -o lo que quedaba de ella-. Entró a la tina sin correr la cortina que se encontraba a un costado de ésta. Sintió el agua chocar contra su cuerpo y pudo darse cuenta que estaba muy helada. Se exaltó por unos segundos hasta que se acostumbró. Con sus manos recorrió la barra de jabón por todo su cuerpo, limpiándolo y eliminándolo de olores. Lavó su cabello y devolvió el jabón a su lugar. Después de enjuagarse cerró la regadera y salió de la tina completamente desnuda. Abrió la puerta para ver si ya había llegado Alec, pero él aún no llegaba, así que salió cómodamente, mojando el piso con chorros de agua que escurrían de su cuerpo.

Se paró frente al espejo y se quedó boquiabierta viendo el cuerpo que ya le pertenecía. No era como el suyo realmente. Su verdadera forma era hermosa, pero a la misma vez podría resultar aterradora.

Tragó saliva.

La puerta se abrió rápidamente. Alec entró con un montón de ropa femenina de color negro. No se percató de la muchacha y dejó la ropa sobre la cama como si nada.

—Alina, te he dejado la ropa sobre la cama. —dijo en voz alta.

—Estoy aquí. —respondió acercándose con inocencia e ingenuidad.

El muchacho la volteó a ver e inmediatamente se cubrió los ojos con vergüenza.

—¿Qué crees que haces? —gruñó Alec— ¿Por qué no te cubres? No puedo verte.

—¿Por qué? ¿Es algo malo?

—No es correcto que te vea desnuda. —replicó con los ojos cubiertos con sus manos.

—Bien, entonces no me verás. Destápate los ojos. No podrás verme. —él le hizo caso y se destapó los ojos con le lentitud.

Al abrir sus ojos se llevó una gran sorpresa que inmediatamente lo hizo enfurecer.

—¡Maldición! —exclamó Alec— Devuelveme la vista. —exigió.

—En un momento.

Rápidamente Alina buscó algo apropiado para su cuerpo. Tomó unos pantalones negros y una blusa de tirantes del mismo color. Se vistió rápidamente sin importarle que no traía ropa interior y se puso las sandalias que ya traía.

Miró a Alec unos segundos antes de devolverle la vista. Él se sintió aliviado en cuanto pudo ver. Suspiro tranquilamente y la miró a los ojos.

—No vuelvas a hacer eso. —le dijo mas como una amenaza.

—No lo haré. —respondió con el ceño fruncido— Pero tú no me obligues a hacerlo.

—Yo no te obligué a hacerlo. —espetó a la defensiva.

—Ten más respeto. —Alina sonó serena.— Y baja la voz conmigo.

El pelinegro puso los ojos en blanco y se dirigió a la puerta. Le echó una última mirada y negó con la cabeza.

—Te esperamos en el cortex. —le avisó antes de salir por la puerta.

Alina se quedó pensativa. Se sentía un poco frustrada al no saber todo sobre los habitantes del mundo. Eran sumamente extraños.

¿Por qué Dios los amaba tanto?

Bravery [Alec Lightwood].Donde viven las historias. Descúbrelo ahora