Vacaciones

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Para reunir a la familia después de aquel momento embarazoso entre las dos mujeres, Henry propone un viaje a Nueva York, la ciudad en la que ya había estado una vez con Emma, pero en la que Regina nunca había puesto el pie. Tanto Emma como Regina habían protestado, diciendo que quizás fuese todavía peligroso salir de Storybrooke, pero Henry sentenció que partirían, y era una decisión irrevocable.

Obviamente, para persuadir a sus madres, envolvió a Tinker y a Blancanieves. Y al final las dos aceptaron pasar algunos días en la Gran Manzana, nombre que le gustaba mucho a Regina.

«¿Has cogido todo?» preguntó la morena, asustada, aunque no quería darlo a notar.

«Sí, tranquila. Sé que es tu primer viaje y que nunca has salido de Storybooke en este mundo, pero no debes estar nerviosa. Todo irá bien» la tranquilizó Emma, sonriéndole después de días en que no se había atrevido a mirarla a los ojos.

Regina le devolvió la sonrisa, encantada con el movimiento de los labios de la rubia mientras hablaba. Después se abofeteó mentalmente. No podía prendarse de Emma Swan. Ok, quizás ya era un poco tarde para autoimponerse límites, pero en teoría no era posible que sucediese tal cosa. Era una situación demasiado confusa. Por ejemplo, si lo pensaba bien, ella era la...abuelastra de Emma. Se estremeció solo de pensarlo.

«¡Mamá!» llamó Henry

«¿Sí?» respondieron las dos a la vez

«No consigo cerrar mi maleta» resopló él

Regina y Emma subieron a la habitación del muchacho y, cuando Regina estaba dispuesta a recurrir a la magia, Emma la frenó, agarrándole las muñecas.

«No, Regina. Esta es una de las cosas que se pueden resolver sin recurrir a la magia» dijo «Cuando estemos en Nueva York ya no tendrás tus poderes, así es mejor que te acostumbres»

Después, apartando al adolescente, se sentó sobre la maleta, que se cerró, como por arte de magia. Y Regina asintió, conviniendo que eso no era tan difícil.

Llego el día de la partida.

Blancanieves las había llenado de snack para el viaje, así como Ruby que astutamente los había cogido prestado del local de la abuela. Antes de que se marcharan, las dos mujeres de la Operación Familia le dijeron a Henry que se buscase amigos en el hotel para que sus madres pudieran quedarse solas. Según ambas, era una buen plan, pero no tanto como el otro que había tenido Tinker, el de hacerlas dormir juntas. De hecho, ellas se habían ocupado de las reservas y le habían conseguido una única cama de matrimonio. Ellas, obviamente, no lo sabían.

Los tres se metieron en el coche, preparados a partir con mucha emoción, especialmente Regina que, de los demás, era la única que se arriesgaba a perder la memoria. Llevaba consigo el objeto que, inexplicablemente, más afecto tenía: una mantita parecida a la que Emma tenía de pequeña, blanca con un grabado de una manzana roja. Quizás era el destino, había pensado siempre.

«¿Era tuya?» le había preguntado Emma nada más verla

«No...No logro recordar de quién era, pero sé que la encontré en medio de palacio exactamente un año después de la muerte de Daniel. Y cada día la apretaba, preguntándome a quién pertenecía. Al final llegó a ser un poco mía»

Emma había asentido, y no habían vuelto a hablar de ello. Henry ya conocía aquella historia y por eso no hizo preguntas, también porque en esa mantita había sido envuelto él cuando era pequeño.

Había cogido el coche de Regina porque, aunque el escarabajo amarillo fuese simpático y todo eso, la morena estaba convencida de que no era lo bastante seguro. Pero Emma estaba tan feliz con esas pequeñas vacaciones que no le importó mucho el medio utilizado.

Operación familiaWhere stories live. Discover now