Pérdida

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«¡Regina, Regina! Por favor, da alguna señal...» gritaba Emma desde hacía un tiempo, en vano, dado que nadie la oía.

Regina había desaparecido en la nada...más bien, en la niebla. La buscaba desde hacía minutos interminables, vagando sin ver por dónde caminaba, sin una meta que no fuera su mujer.

«¡Regina!» gritó una última vez, para después caer a tierra, agotada del todo por aquel caminar y por la pesadumbre.

Se sentía perdida, y no sólo porque realmente lo estaba y se veía rodeada de una espesa niebla, sino en particular porque Regina ya no estaba con ella, lo que la hacía sentirse más perdida que nunca, en aquel lugar prácticamente desconocido e infinito.

Se abrazó a sí misma, enroscándose en el suelo y cubriéndose con la elegante chaqueta que había elegido ponerse y que, afortunadamente, le daba calor. Aunque no tanto como el abrazo de Regina.

«¿Te descorazonas tan pronto? ¿Esta no es la mujer de la que me enamoré?» dijo, en cierto momento, una voz muy familiar.

Emma se levantó de un salto, los ojos clavados en aquella figura con la que tantas veces había soñado después de su trágica muerte.

«Neal...» susurró la rubia, abrazando al hombre que, aunque hubiera estado pocos meses en su vida, había sido su hombre, y seguía siento el padre de su hijo.

«Emma, debes prestar atención. La persona contra la que queréis luchar está herida, su corazón es negro y está lleno de odio por aquello que le fue robado» le advirtió Bealfire, de forma críptica y confusa, y después murmuró «Solo dos pueden pasar...»

«¿De qué me hablas Neal?» preguntó la sheriff, con evidente perplejidad.

«Debes marcharte. Busca a Regina, sálvala. Y después marchaos de este lugar...Ya no es el Bosque Encantado...Ahora es su Reino» dijo Neal, para después empujarla hacia una dirección que era la que Emma tendría que seguir.

Cuando se dio la vuelta, el hombre ya no estaba: solo había sido una alucinación. Muy vívida, sí, pero probablemente causado por la magia de aquella niebla, que le había hecho ver lo que ya no existía; lo que ya no podía existir.

Sin embargo, Neal (a pesar de que realmente no fuese él, sino una distorsión de la realidad) le había levantado la moral de alguno modo y había despertado su valor adormecido por un instante.

Encontraría a Regina. La salvaría, como había dicho Neal. Pero no se irían de ese lugar hasta que todos estuvieran seguros. Y, en el fondo, ¿no era eso el deber de una Salvadora?

«Emma, ¿puedes oírme?» gritaba también Regina por su lado, pero obviamente tampoco ella lograba encontrarla, porque ahora estaba claro que aquella niebla había sido creada con el objetivo único de separarlas.

Sin embargo, Regina no se daba por vencida y continuaba buscando a su compañera de vida y de aventuras, la vista aún empañada por las nubes que la rodeaban. Eso hasta que chocó contra algo...o mejor, alguien.

«¡Oh, perdón! Con toda esta niebla no te he visto...» se excusó un muchacho de amable sonrisa

Aquel muchacho de amable sonrisa.

«Daniel...» suspiró Regina, los ojos desorbitados y la mente en ebullición intentando producir un millón de explicaciones por las que pudiera estar ahí, pero ninguna era plausible «Pero, ¿cómo es posible?»

«No te preguntes eso ahora» la tranquilizó como siempre, apoyando una mano sobre su mejilla con delicado movimiento «Debes salvar a Dim...Ella te necesita»

Operación familiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora