Esto es solo el comienzo

601 41 87
                                    

La tinerfeña acababa de pisar tierras catalanas cuando el de seguridad la llamó.

—¿Aynara Cruces? —preguntó.

—¿Algún problema señor? —preguntó sonriente, trasmitiendo confianza y seguridad.

El señor tartamudeó y se relajó.

—Creo que esto es vuestro —habló con la voz temblorosa.

El de seguridad había encontrado la cartera de la joven. La cogió nerviosa y revisó que estaba todo en su sitio. No podía permitirse perder todos los datos de la operación.

—Muchas gracias —caminó firme hacia las maletas y recogió la suya.

Una vez fuera del aeropuerto, sacó su espejo de bolsillo y se pintó los labios color carmesí.

—Veamos donde vive el jovencito...

Aynara sacó su cartera y revisó la dirección. Pidió un taxi y le ordenó ir a la casa del gallego.

—Señorita, le estoy diciendo que eso es una propiedad privada.

—Oh vamos, ¿va a seguir quejándose?

La tinerfeña palpó su bolsillo trasero y sonrió.

—Por favor, si quiere ir a otro sitio avíseme.

Aynara aceptó y le ordenó ir al callejón más cercano.

Una vez allí, la taxista le dijo lo que debía de pagar, pero rápidamente Aynara la calló. De su bolsillo trasero sacó una pistola, y sin acercarse a ella, la apuntó desde el retrovisor.

—¿Sigue teniendo en mente no ir a la propiedad? —preguntó limpiando la pistola con la manga de su chaqueta.

La pobre señora de al menos cuarenta años tembló y le suplicó.

—Ahora mismo, pero no me dispare, por favor. Tengo 3 hijos y mi marido está en paro —la señora seguía suplicando, pero Aynara la interrumpió.

—Oh, no lo haré, de momento.

La señora metió el acelerador y en menos de diez minutos se encontraban en la propiedad.

—Muchas gracias, has sido realmente... Veloz.

Aynara le pagó y se bajó del coche.

—Una última cosa —se volteó guardando su pistola—. Como usted diga algo lo lamentará. No he querido usar la fuerza bruta, pero odio cuando me replican algo. ¿No le pasa lo mismo?

La taxista asintió y se largó de ahí lo más rápido que pudo.

Aynara se acercó a la puerta color blanco y tocó un par de veces.

Los pasos de alguien se podían oír con claridad. Con seguridad el tal Denis abrió. Su rostro se frunció enseguida.

—¿Puedo ayudarle? —preguntó.

Aynara, graduada en arte dramático, hizo que sus ojos se humedecieran y con su voz ronca suplicó:

—Solo te vengo a pedir ayuda —su voz temblaba un poco, dándole un aire dramático—. No espero a que me aceptes, pero necesito consejo...

El gallego se vio reflejado en la pobre muchacha. Denis, el cual acababa de cortar con su novia días antes, se vio reflejado en los ojos llorosos de la chica.

—¿Podrías decirme tu nombre? —preguntó levantando el mentón de Aynara.

—Aynara —sonrió y un destello cautivó a Denis.

Falsas Ilusiones |Denis Suárez| Where stories live. Discover now