Cap.13

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Narra Harry:

A pesar de que la puerta estaba cerrada, desperté por los típicos ruidos matinales procedentes del otro lado de las paredes, enfermeros arrastrando camillas, pacientes paseando de un lado a otro, algún que otro niño jugando escandalosamente con los utensilios médicos… lo de siempre. Pero ésta vez echaba algo en falta. No notaba la presencia de _____, sus brazos no me rodeaban como cada mañana atrapándome y haciéndome solamente suyo, no sentía su respiración cosquilleando y acariciando mi piel, eso era extraño.

Abrí los ojos y pude comprobar así su ausencia en la habitación. No entendía porqué se podía haber ido. Busqué con la mirada una señal, una nota, algo en lo que poder basarme para estar tranquilo, pero no había nada.

Palpé su lado de la camilla y pude verificar que no hacía mucho que se había ido, ya que su sitio aún permanecía caliente. Quería quedarme ahí y esperar a que volviera, pero algo en mi cabeza me decía que las cosas iban mal, que debía buscarla cuanto antes… pero por desgracia ¡no me podía mover!

– ¡Ayuda! – grité a pleno pulmón para que me oyeran desde el otro lado de la puerta – ¡Por favor, necesito ayuda! – repetí, pero nadie pareció oírme – ¡Me muero!

Oh, genial. Podía dejar de respirar allí mismo y nadie se enteraría. ¿Cómo era posible que con tanta gente a fuera en los pasillos nadie me oyera?

Entonces me acordé del aparatito que me había dado mi médico unos días atrás por si alguna vez tenía alguna emergencia y no había nadie conmigo. Rebusqué un poco por encima en todos los sitios en los que era capaz de mirar por mi cuenta, y finalmente lo encontré bajo mi almohada. A saber que haría allí. Pulsé el botón rojo una vez, pero al ver que no emitía ningún sonido, volví a pulsarlo de nuevo, y luego otra vez, y otra vez… y así hasta que me cansé. Al parecer estaba roto. Parecía que la suerte no estaba de mi lado esa maña.

– Vaya porquería – lo lancé con asco al suelo –. Cada día inventan cosas más inútiles.

Bufé a la vez que me recostaba rezongado en la camilla de nuevo e intentaba convencerme de que _____ estaría bien sin mí, seguramente toda aquella preocupación era innecesaria. Después de pasar unos minutos repitiéndome lo mismo en la cabeza, un enfermero joven entró por la puerta alarmado.

– ¿Qué pasa? – quiso saber, pretendiendo controlar su respiración acelerada – ¿Te encuentras bien? ¿Tienes algún problema? ¿Necesitas algo?

– Eh – me quedé en shock al verlo allí. Entonces recordé lo insistentemente que había estado apretando el botón instantes antes. Al parecer sí que había funcionado –. N-necesito que me siente en la silla de ruedas – él se me quedó mirando dudoso –, ahora.

– No tengo instrucciones de hacer eso. Al contrario, debes quedarte en cama y no moverte.

Entrecerré mis ojos con rabia y le dediqué una mirada amenazante.

– O me sienta ahora mismo en una silla, o… o me veré obligado a propagar el rumor por el hospital de que ha intentado envenenarme con ricina – él me observó asombrado –. ¿Qué? No me mire así, sé perfectamente lo que es, un medicamento que causa la muerte en cuestión de horas. ¿A quién piensa usted que creerán? ¿A un enfermerucho novato, o a un paciente adolescente que jamás a dado ningún problema y que a demás se ha ganado la confianza de la mayoría de los trabajadores del hospital? – dije batiendo mis pestañas con inocencia.

El chico, además de joven, parecía bastante ingenuo y asustado, así que no le faltó tiempo para desplegar la silla de ruedas que había pegada a la pared y ayudarme a sentarme.

Vuelo 1227Место, где живут истории. Откройте их для себя