Epílogo

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20 años más tarde...

– ¿Y qué pasó después? – preguntó impaciente una de las niñas que estaban frente a nosotros sentadas.

– Eso, eso, ¿qué pasó? – insistió otra.

– Venga chicos, ya habéis escuchado la misma historia mil veces por lo menos – rió Aarón a mi lado.

– Pero es que nos gusta mucho – se excusó un niño de unos cinco años bastante interesado –. A demás, hace un mes que no la oímos, y hay nuevos niños aquí que no la conocen.

– Está bien – terminó cediendo divertido el que tenía junto a mí.

Aarón me tomó la mano y me llevó hasta una esquina de la habitación donde pudimos acomodarnos en el suelo abrazados. Hasta que mi espalda no quedó recostada sobre su pecho y no le dediqué una mirada cómplice, él no continuó con su relato. Aquel relato que tantas veces había escuchado por los propios labios de mis padres y que tantas sonrisas y dolores de cabeza nos había traído a la familia.

Mientras él hablaba, yo alcé mi mirada y pude ver como se desenvolvía a la perfección contando aquello. Había heredado el semblante serio de César, su padre, al igual que también había sacado los rasgos aniñados en el rostro de su madre Sirenia. Era una mezcla exacta y equilibrada de los dos, lo justo de cada uno para ser una increíble persona capaz de ayudar a cualquiera.

– Fue así, ¿verdad? – preguntó él sacudiéndome entre sus brazos para que volviera al planeta Tierra.

– ¿Qué? ¿El qué? – traté de incorporarme.

Él rió levemente observándome con ternura al ver que me había quedado todo ese tiempo en trance analizándolo.

– Tu madre logró que tu padre despertara cantándole una canción al oído, ¿no es así?

– Oh, sí – sonreí devolviendo mi mirada hacia los veinte o treinta niños de entre tres y quince años que teníamos delante –. Fue algo que nadie se explica, pero sí, así fue.

– Que romántico… – suspiró una de las chicas más mayores.

– Y tu hermana Susana, ¿qué es de ella? – le preguntó a Aarón otra niña más pequeña.

– Hermanastra, pero como si fuera mi hermana de sangre – corrigió él guiñándole un ojo –. Ella está bien ahora… la verdad es que con nosotros siempre estuvo muy bien. Pero como muchos de vosotros sabréis, los padres biológicos nunca se olvidan, aunque uno quiera hacerlo. Por muchos males que ellos hayan cometido, siempre serán las personas que te dieron la vida, y por eso mismo Susana aún sigue algo triste al recordarlos.

La puerta de la gran habitación se abrió de repente dejándonos a todos mudos. En el umbral pude distinguir el contorno de una mujer joven a pesar de sus cuarenta años. Parecía una adolescente aún, y todo por su rostro intacto de arrugas y la felicidad y vida que emanaba por cada poro de su piel. Ella trataba de acostumbrarse a la casi penumbra del lugar con los ojos entrecerrados.

Aarón se acercó a mi oído y susurró.

– Creo que nos han pillado – rió.

– ¿Se puede saber qué hacéis todos aquí? – preguntó ella avanzando hasta el centro mirándonos a nosotros principalmente – Se supone que vosotros teníais que estar en casa ya, y vosotros – miró a los niños frunciendo el ceño –, en vuestras camas. ¡Son las once de la noche!

– Mamá, no te enfades – me levanté y me acerqué a ella –. Los chicos solo querían escuchar la historia de nuevo, no podíamos dejarlos con las ganas.

Vuelo 1227Nơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ