17.

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Tony se había aferrado, como si la vida le fuera en ello, al bulto que tenía en los pantalones.

Y es que no era para menos. Los dos rubios desnudándole y él tan indefenso con una señora borrachera babeando sobre la almohada. Su entrepierna saltó entusiasta cuando Pepper jugó con su cinturón bajo la ruborizada pero atenta mirada de Steve; el pobre tenía rojas hasta las orejas.

No hizo falta mucho más aparte de ver al Capitán acariciarle el pelo y la frente para esquivar los elásticos que se asían a su cintura y agarrar su miembro desesperadamente, con la mirada embebida en la pantalla, envidiando a su propia imagen en estado comatoso.

¿Cómo había llegado a ese punto?

Estaba masturbándose endemoniadamente, con un ajetreo de su mano que intentó ser cauteloso y dulce, y que en menos de dos suspiros ahogados y diez segundos se convirtió en un incesante bombeo exacerbado.

­―Señor, siento molestarle pero se acerca la señorita Potts.­―comunicó Jarvis.

El respingo que dio en su sillón fue monumental, metiéndose su palpitante erección en los calzoncillos, casi a presión, maldiciendo el hecho de haber elegido un chándal que no dejaba nada a la imaginación. Agarró un manual de biotecnología que se encontraba en su mesa y se lo colocó en las piernas, escondiendo su punzante paquete, asfixiando un jadeo por el golpe que se llevó al taparse rápidamente con el libro.

El incesante repiqueteo de los tacones de Pepper inundó el taller, atravesando los tímpanos de Tony, ocasionando que su resaca se intensificara. El genio se tensó en su sillón, incómodamente erguido, con las piernas cerradas y las manos temblorosas sobre el grueso manual, pasando las páginas con el ceño arrugado, fingiendo buscar cierta información que parecía no encontrar.

―Me sorprende que ya estés trabajando.­―Virginia habló primero, parándose a dos metros del escritorio de Tony. El susodicho recordó que la grabación seguía avanzando en sus pantallas, fuera del campo visual de Potts.

―Siempre estoy trabajando.―refutó el castaño, elevando la vista por fin de las letras que se desdibujaban delante de sus cansados ojos.

―No todas las noches te desmayas en los brazos de un supersoldado.

Tony palideció, tragó saliva y parpadeó, todo a la vez. De eso no se acordaba.

Pero se sí se acordaba de lo cerca que estuvieron sus labios de los de Steve Rogers; de que nunca llegó ese beso. Pensó que lo había soñado. ¿Quién no se había despertado de un buen sueño en el mejor momento?

―Parece que me pasé bebiendo.―fue lo único que consiguió pronunciar. Al menos ya no quedaba ni una pizca de excitación en sus pantalones.

Pepper le preguntó que si estaba mejor y Tony asintió con la cabeza a modo de respuesta. La rubia sonrió.

―Le necesito arrebatador esta noche, señor Stark. Me va a invitar a cenar.

Repentinamente, Tony Stark se olvidó del resto del mundo al escuchar ese trato por parte de su novia, un tono que le hizo viajar en el tiempo hasta los días en los que Virginia sólo era su perfecta asistente, aquella mujer con piernas de escándalo que era un intocable dolor de cabeza, que fue su salvación en miles de ocasiones y la protagonista de sus sueños húmedos en muchas otras.

―Por supuesto, señorita Potts.―aquello le salió impulsivamente, en una sola respiración sofocada.

―A las ocho.―finalizó la presidenta de Industrias Stark, girando sobre sus altos tacones de aguja.

[...]

Anthony Stark había elegido una corbata negra sobre una camisa color vino tinto, enfundado en un ajustado y elegante traje gris oscuro. Era una de esas pocas veces que no estaba dispuesto a llegar tarde, demasiado nervioso; tan patético como un quinceañero enamorado de su profesora de matemáticas. Y es que, ahora que recapacitaba, la jefa siempre fue Pepper; no él.

Descontrol. (Stony)Onde histórias criam vida. Descubra agora