18.

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Tony rodó entre las sábanas con absoluta pesadez.

La almohada todavía estaba húmeda de lo que a él le habría gustado que fueran sus babas gracias a un sueño reparador, pero lo cierto era que Pepper se había pasado la mayor parte de la noche llorando y él no había podido dormir.

La madrugada les abrazó en un manto de lágrimas, murmullos, caricias y sonrisas sinceramente rotas por obsequio de Tony.

Se habían surrurado tantas cosas que Stark se sentía estúpido por renunciar por propia voluntad a una mujer así; a su mejor amiga y a la única compañera de vida que había tenido. Al fin y al cabo, y por más que se exprimiera el cerebro, no era capaz de imaginar cómo sería él si Pepper no le hubiera acompañado durante todos aquellos años. Seguramente estaría tirado por los suelos de su taller, muriéndose todavía, con la armadura puesta y deshidratado por el alcohol. Puede que incluso estuviera arruinado o casado, o ambas, en un hotel de lujo de Las Vegas.

Restregando la cara por buena parte de la cama se atrevió a abrir mínimamente los ojos. El sol irradiaba con intensidad las cristaleras de la torre, iluminando el dormitorio de una forma agradable y cálida; pero Pepper no estaba allí.

Se levantó entonces y salió de la habitación con la única misión de encontrar a la rubia, descalzo y en boxers grises, bostezando y rascándose​ la barba. Por el pasillo ya podía apreciar el olor dulzón del desayuno y el fabuloso aroma de la cafeína.

Virginia estaba danzando alegremente de aquí para allá, preparando un suculento desayuno tras la isla de la cocina con su camisa del color del vino tinto, sin pantalones y una amplia​ sonrisa que tenía poco que envidiarle a las gotas saladas que se había dejado esa noche en su almohada. Tony, al verla, sonrió también, tontamente en su somnolencia.

—¿Qué haces con mi camisa? —En cinco pasos bien calculados, el genio estaba detrás de la rubia, con la barbilla sobre uno de los hombros de esta y rodeando con los brazos su menuda cintura.—¿Ese café es para mí?

—Tony...—pronunció, apartando las manos de la comida para apoyarse rigurosamente en la encimera.—Deja de apuntarme con eso.

Stark río, agarró la taza de café y se separó lo estrictamente necesario de Potts. El primer sorbo amargo le supo a gloria.

—Pensé que te gustaba.—protestó Tony, divertido.

—Me gusta.—confirmó Virginia con cierta seriedad.—Precisamente por eso.

El castaño volvió a asomarse por su espalda y le dio un cálido beso en la mejilla.

Eran el matrimonio perfecto; con discusiones que se transformaban en una guerra, sin olvidar ese particular y descabellado poder que Pepper Potts ejercía sobre Tony Stark.

Steve Rogers, en cambio, se había pasado toda la mañana —y parte de la madrugada— corriendo. Daba gracias al cielo por ser un súpersoldado y poder desechar todo aquel desasosiego a base de sudor sin morir en el intento. La interminable carrera que se había pegado se volvió insuficiente cuando al regresar encontró a Tony y a Potts en la cocina, desayunando con pocas prendas. Iron Man estaba fieramente aferrado a su taza de café de Industrias Stark mientras extendía una pequeña cantidad de mermelada de frambuesa sobre la nariz de la presidenta de su compañía.

—Buenos días.

La autoritaria voz del soldado azotó el ambiente.

—Hey, Steve. —Virginia se retiró la mermelada de la punta de la nariz con el dedo, chupándolo después a pesar de la mirada de desaprobación de Tony.—Buenos días, he hecho el desayuno para los tres.

Descontrol. (Stony)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora