19.

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Pasaron siete largos ―y solitarios― días.

Steve no había visto la cabellera castaña de Tony en una tediosa semana.

Horarios distintos, rutinas distintas. Sin mencionar que el genio estaba esmerándose más que nunca en no coincidir con el capitán.

Stark vivía de noche y dormía durante el día. Confinado en su taller sólo iba a buscar algo de comida pocas horas antes de que Steve se levantase, como siempre, ridículamente temprano.

Después de aquel humillante intento fallido de besar al Capitán América su ego seguía por los suelos. Sus ánimos estaban desparramados tristemente en algún rincón, y él, luchaba por mantener la mente ocupada, trabajando en cualquier cosa que alejara sus pensamientos de los profundos ojos azules de Steve.

Aún podía sentir los carnosos labios del soldado rozando la palma de su mano, escondiendo una sonrisa que se burlaba de él.

El destornillador silbó en el aire, corriendo la misma suerte que las otras herramientas que Tony lanzó cada vez que recordaba en su piel esa impertinente sensación.

―Vejestorio amargado... ―farfulló en la soledad del su taller, maldiciendo a Steve Rogers por enésima vez.

El reloj ya marcaba las dos de la mañana y que no podía concentrarse era una realidad; que el Capitán América era la razón de sus distracciones también, y se esmeraba en odiarle por ello.

Incluso cuando el sueño inesperadamente le arrollaba y le hacía sucumbir sobre una de sus mesas de trabajo, soñaba con él. Dormía pensando en besarle, en desnudarle, en meterse en la ducha con él y tocarle como ya hizo una vez. Otras veces tenía pesadillas, donde Steve le rechazaba cruelmente en cada una de ellas. En el peor de los casos, esas escenas se mezclaban con el escenario tras la batalla de New York, o con uno de sus trajes de la Legión de Hierro, casi destrozado, goteando aceite y entonando la voz de Ultron.

Se despertaba sobresaltado la mayoría de las veces, acalorado, sudando, y si tenía suerte, con una erección en los pantalones; sin mencionar la inevitable y poco atractiva señal de la llave inglesa marcada en la frente.

Debía deshacerse de Steve, o al menos de su problema de concentración.

―Eh, Jarvis. ¿Dónde está Rogers?

―Agachado en las escaleras, señor. Intentando escuchar algo a pesar de la insonoración del taller, como cada noche a estas horas.

Tony se inquietó y miró rápidamente hacia la cristalera, fijando la vista en los últimos peldaños que podían verse de la escalera.

«¿Steve estaba espiándole? ¿¡Qué diablos hacía Steve espiándole!?»

Frunció el ceño y cruzó los brazos sobre su pecho. Ni siquiera lo meditó un par de veces.

Iba a devolverle a Rogers el favor.

― ¿Harías algo por mí, Jarvis? ―murmuró, sus ojos chocolates entornados y fijos en los últimos escalones. Escuchó un "Por supuesto, señor." y habló de nuevo: ―Dile al capitán que me he desmayado dentro de la armadura, que me muero o algo así.

La respuesta de su inteligencia artificial tardó tanto que Tony se preguntó si sería posible que JARVIS estuviera meditándolo.

―Pero usted no se ha desmayado ni se está muriendo, señor. ―respondió JARVIS como si no fuera obvio. ― ¿Está seguro de que desea mentirle al Capitán Rogers?

Stark se había levantado y estaba delante del Mark 43, mirándolo pensativo, sobándose la barba. Hace un buen rato le estuvo haciendo algunos ajustes y aún no lo había guardado.

Descontrol. (Stony)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora