I. Blanco y negro

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     —... Y la gente suele decir —aclara su garganta y su suave voz comienza a resonar en la pálida habitación—, que el blanco y el negro no son colores.

     El chico, por primera vez en toda la tarde, decide abrir los ojos. No se encontraba dormitando, sino simplemente reposando en el pecho de su novio, quien estaba contándole historias maravillosas en donde la vida era fantástica y dulce.

     El menor se percató y comenzó a acariciar el suave, ondulado y moreno cabello del otro con una sonrisa que calmaría a cualquier pequeño envuelto en el llanto. Continuó.

     —El blanco es la falta de oscuridad y el negro la falta de luz —carcajeó por lo bajo y suspiró—. Podría ser como un ángel y un demonio, o tal vez como el sol y la luna o... el día y la noche. A su vez como un gato blanco y el otro negro. Ahora, ¿por qué ha de ser el negro mal visto?

     —Quizá —susurró el de cabellera oscura—... es porque el blanco se representa la pureza. Y como tú has dicho el negro es la falta de luz, la luz sería el blanco, ¿no es así? —se separó del pecho del chico y se acomodó en la fría almohada, mirándolo—. Probablemente el negro tiene mala fama porque se le ve turbio y quebradizo.

     —Pero quizá —imitó a su compañero, y lo observó directo a los ojos, penetrando la mirada—, el negro sería como alguien sano e inocente, pero que no puede vivir feliz gracias a los crueles y estúpidos comentarios sobre él. Y el blanco... el blanco podría ser como alguien destruido por dentro, pero que intenta ser feliz recuperando la luz y lo purificado.

     Un fuerte golpe en el pecho. Eso fue lo que el mayor sintió al oír la sabia y dura respuesta. Todos aquellos recuerdos de su pareja llorando, contando lo vivido, todo lo sufrido.

     Ese brillante y pálido rostro, con su sonrisa resplandeciente y cabello rubio como un mismísimo espíritu celeste. ¿Cómo es que alguien había podido osar a hacer daño a esta indefensa criatura?

     Se aferró fuertemente en un abrazo al otro, sollozando.

     —¿Por qué tú? Cariño, ¿por qué? —lo tomó como todas sus fuerzas, temiendo que de un momento a otro, éste pueda desaparecer.

     —Es porque soy diferente... —respondió con la voz entrecortada. El nudo comenzaba a formarse. Dioses, ¿por qué he de ser tan débil? Pensaba.

     Y aquella habitación blanca se desvaneció. La cama, las paredes, las cortinas, la puerta, los muebles, todo perdió su esperanza y la oscuridad lo abrazó.

     El ruido y el temblor en el lugar era intenso, todo perdía el sentido. Ahora todo era lo opuesto.

     —El negro es la falta de luz y el blanco de oscuridad. Si los unes forman algo estable. Entonces me pregunto, ¿podremos esos ser nosotros? —dijo el ángel con su último aliento y el mismísimo ser del averno respondió.

     —Permíteme ser la oscuridad que invada tu alma, y permíteme también, llamarte mi luz —tras esas últimas palabras que escaparon de sus labios, las cristalinas cascadas que caían de los ojos del menor se volvieron negras, como sus alas.

     Desde ese momento, todo acabó. Fueron separados por la inexistencia, a pesar de haberse marchitado juntos.

Relatos sin rumboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora