IX. Tóxico

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Tal vez sí fue una coincidencia, una cosa que pasó sólo por pasar y no porque significara algo realmente. Dime, ¿qué de bueno puedo sacar de esto? Las concurrencias son pasajeras y la verdad, por el contrario al destino, éstas sí te marcan. Te marcan porque te duelen, te duelen porque no pudieron ser más allá de eso; una casualidad, un encuentro.

Quizás no fuiste una iluminación a mi vida, incluso tal vez sería más feliz de no haberte conocido, de no haber visto tu rostro y tu cabello oscuro jamás. Si pudiera retroceder al día en que nuestros orbes se situaron en el mismo universo, no hubiera salido de casa.

Me gustaría saber qué estás pensando tú, cómo lo tomas, cómo lo ves. Probablemente ya me has olvidado y estás atrapando a otra chica más con tus encantos, para luego romperle el corazón y dejarle sin alguna pizca de esperanza. Pero bueno, estoy suponiendo, ¿sabes? Porque eso es por lo que pasé, eso fue lo que me hiciste. Espero que algún día alguien te de de tu propia medicina, a ver si llegas a reír entonces.

¿Por qué me dejaste amar? ¿Por qué yo mismo me permití amarte? Soy demasiado ilusa.

(...)

—Violett, ¿qué te has dejado hacer? —murmuré con un hilo de voz y de fuerza, observando con dificultad mi alrededor debido a la falta de luz. Pero estaba cómodo sin ver nada, porque no quería mirar en ese momento. Estaba cansado.

Me levanté con dificultad y me dirigí al balcón con mi copa de vino tinto, mi lencería negra puesta y encima una bata del mismo color plasma. Me reposé en el borde y observé al suelo de baldosa de la abierta habitación, donde se hallaba un espejo roto. Era así, mi reflejo emanaba pena.

—Eres miserable.

Reí, sintiendo como la idea de rendirme ante la vida me inundaba como un cosquilleo. Me subí al barandal y miré hacia abajo, para luego posar mis ojos en el cielo repleto de espectadores.

—¿Qué diablos me hiciste, chica de ojos estrellados?

Relatos sin rumboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora