VI. Fatal

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La habitación estaba oscura, luces apagadas pero las cortinas se encontraban media abiertas, por lo que se exponía a través de la ventana abierta la tenue luz de la luna. Gracias a esto, se podía apreciar el destrozado cuarto. Papeles rotos y arrugados, vidrios quebrados provenientes del espejo y la cama totalmente brusca y violentamente desordenada.

Sentado en un rincón, su mirada estaba completamente en otro mundo. Podía estar enfocado en cualquier parte, pero en aquel preciso instante, definitivamente no estaba ahí.

Tad no llora —o al menos él cree que no debe—, es sólo una caja de sentimientos, que cuando una vez se abrió decidió encerrarse por siempre, sin llaves cerca. Pero no todo se puede ocultar en una caja. Colapsó, se ahogó entre todo y sólo explotó en un mar de sensaciones que creía extintas. La caja se rebalsó de escrituras y canciones que creó hace dos años, hablando de cómo se sentía sinceramente, él había prometido jamás volverse a sentir así, pero sólo se envolvió en miles de mentiras. Míralo ahora, veinticuatro meses después, descubriéndose a sí mismo siendo tan miserable como la última vez que este síncope sucedió.

Con su mano izquierda movía el licor que a ratos bebía, mientras su semblante absorbía las lágrimas. Su rostro contenía ojeras y vista cansada y rojiza, labios llenos de heridas y sangre provocadas por él mismo y no se debe olvidar las lágrimas medias secas, o el camino que éstas recorrieron. Eran las tres con treinta y tres de la madrugada y una carpeta roja le había traído de vuelta su peor faceta.

Acercó la botella a sus labios, una sensación de ardor se extendió desde éstos a su garganta. Pero cualquier sensación de ardor era mínima con la que sentía en ese momento en su corazón.

Relatos sin rumboWhere stories live. Discover now